Javier Fumero

Cuando tu alcalde es un perroflauta

Hasta hace muy poco ser educado era un valor, algo loable y digno. Hoy no. En los tiempos que corren todo lo que no sea vulgar es casta.

La chaqueta y la corbata, la colonia, la ropa limpia, el ‘por favor’, las ‘gracias’ y el ‘usted’, el dejar el sitio en el Metro a los mayores y la servilleta, por ejemplo, tenían –por lo general- bastante buena prensa. Se consideraban un adelanto. Clara demostración de que la civilización progresaba: habíamos abandonado la garrota y la caverna y nos habíamos cultivado. Hoy no, insisto.

Hoy la vulgaridad tiene más pedigrí. Es lo guay.  Se desprecian las formas, la cortesía, la formas convencionales de respeto.

Lleva tiempo notándose en el mundo de la publicidad, de la moda, en la televisión, en la escuela y entre los famosos. Pero últimamente ha sucedido lo nunca visto: esta propuesta transgresora ha llegado también a la política.

Gran Hermano nos dio un susto de muerte cuando comenzó a comerciar con la intimidad de las personas, una de las cosas más preciadas del ser humano. Ya nos hemos acostumbrado porque oye –dijimos-, tampoco se viene el mundo abajo: que cada cual haga con su vida lo que le parezca y vea en la televisión lo que considere oportuno.

Por ese caminito de Jerez llegó Tómbola, A tu lado, Crónicas Marcianas y Sálvame. La zafiedad en el hablar, en el vestir y en la misma propuesta de vida pasó a ser un valor. Por lo pronto, algo muy rentable. Estos nuevos ricos amasan millones precisamente gracias a su ordinariez. Lo conveniente es ser un golfo y proclamarlo a los cuatro vientos. El colmo de los colmos.

Este movimiento que nació probablemente en los años sesenta para poner fin a una burguesía puritana y pomposa se ha adueñado de nuestras vidas y, como digo, ha desembarcado incluso en los Ayuntamientos.

Hay una alcaldesa por Barcelona, sin ir más lejos, cuya jefa de prensa incluye en su currículum una foto mientras orina en plena vía pública. Antes por eso te llevaban a comisaría y tus padres te daban una colleja. Hoy, te dedican una plaza y te otorgan un escaño en el europarlamento.

La semana pasada se montó un guirigay considerable entre un grupo de militares españoles cuando asistieron, perplejos, al espectáculo sucedido durante una recepción en el consistorio de Ferrol a dos mandos de la OTAN.

 

Los comandantes de fragata, de nacionalidad canadiense y noruega, acudieron a la cita con su traje de gala. El primer edil y representante de Ferrol en Común asistió en vaqueros, con la camisa por fuera y barba de varios días.

Que alguien me explique por qué la vulgaridad es más humana y progresista. Yo no lo entiendo.

Más en twitter: @javierfumero

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