Javier Fumero

Por qué me he apuntado al partido de los ingenuos

Algunos lectores me han recriminado duramente estos días –en público y en privado- por haber dicho que estoy esperanzado con lo que ha sucedido tras el terremoto del 24-M.

Como lo sigo pensando, intentaré describir a continuación uno de esos ‘brotes verdes’ que he percibido estos días, una especie de aire fresco que he visto correr en tantos consistorios este fin de semana durante las sesiones de constitución de los ayuntamientos.

Llámenme ingenuo pero creo que hemos dado un paso –no definitivo, no consolidado, no pleno, pero sí importante- hacia eso que algunos llaman el entendimiento transversal.

No hablo de irse a tomar un pincho de tortilla y caña con los de la bancada de enfrente. Eso es otra cosa. Creo haber percibido entre la maraña de nuevos representantes del pueblo un puñado de ciudadanos dispuestos a perseguir metas comunes, también con quienes no piensan como ellos.

Entiendo que hablo de algo muy, muy, muy extraño en este país. Aquí somos más del empujón y garrotazo, del prejuicio, del encasillamiento, de la vena hinchada. Nos encanta poner etiquetas, encasillar bajo gruesos adjetivos a las personas.

Ese es un facha. Aquel un antisistema. El del logo azul y la gaviota es un terrateniente corrupto ultraconservador y el de morado que lleva aquel círculo es un perroflauta o un giliprogre. Aquel, un conspiranoico o un troglodita, que es lo mismo… Y así.

Todo esto no son sino simples clichés. Simplificaciones. Análisis reduccionistas, poco sutiles y sectarios. Porque juzgar sin matiz ahorra mucho tiempo. Hilar fino exige pararse, mirar, escuchar, ser templado y ponderar el juicio. Y eso requiere talento, honestidad y tiempo.

Alguno dirá que para tender puentes hay que tener puntos en común y eso es imposible. ¿Sí? ¿De verdad lo piensan? A ver, que levante la mano quien no esté a favor de: 

-- Erradicar el hambre y la malnutrición en tu ciudad, acabar con la pobreza extrema, poner fin a los abusos y el maltrato, una educación de calidad ajena a la política, una atención sanitaria eficiente, trabajo estable para el mayor número de personas…

 

No propongo la homogeneización de la sociedad sino la reconciliación, la búsqueda de puntos en común. ¿Por qué debemos estar divididos en bandos?

Yo tengo dos respuestas para esta pregunta. 1. Hay personas que ganan creando discordia. Por eso trabajan duro, día y noche si es preciso, picando la piedra de esa catedral del frentismo. 2. El individualismo corroe las entrañas de los ciudadanos impidiéndoles cualquier gesto de generosidad, imprescindible para articular esta sociedad trasversal en la que algunos –quizás ingenuamente- seguimos creyendo.

Por todo esto, digo que estoy esperanzado ante lo que se nos viene encima. Veo todavía bastante gente cerril en los hemiciclos, es cierto, pero hay una corriente de diálogo que deja espacio al optimismo. Con que haya un pequeño avance en esta dirección, habrá merecido la pena.

Más en twitter: @javierfumero

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