Javier Fumero

Cámbiate la edad: ¡es una pasada!

Dos ancianos practicando ejercicio físico.
Dos ancianos practicando ejercicio físico.

“Vivimos en una época en que puedes cambiar tu nombre y tu género. ¿Por qué no puedo yo cambiar mi edad?”. Esta es la sorprendente pregunta que ha lanzado un ciudadano holandés a un tribunal de su país al emprender una batalla legal para modificar su fecha de nacimiento.

La tesis de Emile Ratelband, que tiene 69 años, es que se siente discriminado por su edad: lo ha constatado al buscar empleo y al navegar por la aplicación de citas amorosas Tinder. “Cuando tengo 69 estoy limitado. Si tengo 49 puedo comprar una casa nueva, conducir un coche diferente y puedo seguir trabajando”, ha declarado.

Por eso ha pedido a un tribunal de la ciudad de Arnhem que le dejen cambiar su fecha de nacimiento al 11 de marzo de 1969 y pasar a tener legalmente esos 49 años que anhela.

Ratelband utiliza los mismos argumentos que, por ejemplo, las personas transgénero: la naturaleza no debe condicionar la vida de las personas. Uno nace con un sexo pero eso no debe interpretarse como algo definitivo, algo especialmente relevante o concluyente. Se puede cambiar si uno lo considera oportuno.

El demandante va en serio y se ha implicado en su cruzada: se declara dispuesto a renunciar a su pensión por “ganar” unos años. Ha presentado certificados médicos que demostrarían que su cuerpo es el de una persona con veinte años menos. “Cuando estoy en Tinder y digo que tengo 69 años no recibo ni una respuesta. Cuando tengo 49, con la cara que tengo, voy a estar en una posición genial”.

Su caso debe juzgarse en las próximas semanas y los expertos aseguran que es bastante improbable que tenga éxito en su demanda. En las audiencias previas, uno de los magistrados le preguntó qué pretende hacer “con esos 20 años que quiere borrar”.

Admito que la propuesta de este señor primero me pareció una ocurrencia pero después me ha dejado pensativo. Porque si uno considera la naturaleza como un principio estático, determinista y constrictor, que impide satisfacer los más íntimos deseos; si uno aboga por no frenar el desarrollo permanente al que legítimamente aspira cualquier individuo… ¿ponemos algún límite a esta pretensión? ¿dónde? ¿atendiendo a qué criterio?

Más en twitter: @javierfumero

 
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