Javier Fumero

La carne para perros de Pedro Sánchez

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la presentación del proyecto España 2050, en el Auditorio del Museo Nacional Reina Sofía
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (en el centro), durante la presentación del proyecto España 2050, en el Auditorio del Museo Nacional Reina Sofía

No he leído todavía el Plan 2050 cuando escribo estas líneas. Pero creo poder decir que nace herido de muerte. ¿Cómo se puede opinar de algo sin conocer su contenido? Muy sencillo: porque me voy a referir a un factor que nada tiene que ver con la letra de ese documento de 700 páginas.

De hecho, formalmente, el proyecto ha despertado mi interés. Reunir a importantes académicos de más de 30 universidades y 100 expertos del país para hablar de economía, cambio climático, digitalización, envejecimiento, cohesión social o educación es algo loable. Digno de elogio. Algo interesante habrá ahí dentro referido al futuro de España. No tengo ninguna duda.

Pero insisto en que existe un problema de fondo en este despliegue: el presidente del Gobierno se ha quedado afónico. Ocuparse del futuro tras la pandemia claro que es razonable. Y pensar a 30 años vista, lejos de resultar inútil, resulta muy conveniente. Demasiadas veces nuestros gobernantes piensan sólo en el corto plazo (concretamente, hasta las próximas elecciones generales) y descuidan el medio y largo plazo.

Sin embargo, para tratar de estas cuestiones hay que tener credibilidad y desgraciadamente nuestro presidente del Gobierno se ha quedado sin ella. Lleva demasiado tiempo abusando de los fuegos artificiales, de las estrategias grandilocuentes, del marketing y de la parafernalia. El ciudadano ha comprobado con sus propios ojos que todo acaba en simples palabras huecas.

Les pongo un ejemplo: la llamada Agenda 2030. Una cartera específica para el vicepresidente Pablo Iglesias, logos, papelería, carteles y pantalla en la sede del consejo de ministros, eslóganes… ¡Puro humo! La misma mercancía de siempre –la gestión del gobierno- vendida en papel de celofán.

Perder la credibilidad es lo peor que le puede pasar a uno. Sucede en el periodismo y sucede en la política, donde hay una pregunta fatídica que erosiona cualquier trabajo: “¿Será verdad?”. Fíjense en la frase que pronunció este jueves Pedro Sánchez, precisamente durante la presentación del Plan 2050: “Se iniciarán conversaciones con instituciones públicas y privadas en las próximas semanas y meses para enriquecer el plan”. ¿Será verdad? ¿Nos estará vendiendo otra burra? ¿Se tomará nota de las aportaciones de esos organismos o será un simple paripé a sumar al resto del montaje?

Demoledor.

Ojo que el problema es grave como describió de forma gráfica el guionista de uno de los capítulos de la tercera temporada de ‘Mad Men’, la exitosa serie televisiva sobre el mundo de la publicidad ambientada en la ciudad de Nueva York de los años 60. La dueña de una importante empresa dedicada a la elaboración de comida para perros pretendía impulsar su marca, lastrada por una confusa campaña de descrédito que había arruinado las ventas. Quería resultados. Don Draper y sus creativos estudiaron el caso y citaron a la empresaria para una prueba. Se sentaron tras una mampara de cristal que les separaba de una habitación. Al otro lado, aparecieron dos individuos de la calle, ciudadanos corrientes, que llevaban a sus perros atados por una correa.

Los organizadores dejaron delante de los chuchos un plato con carne de la marca en cuestión y la reacción fue instantánea: los canes se pusieron a devorar las raciones. Los dueños reconocieron que sus animales estaban encantados. Se trataba de un buen producto: no habían visto nunca tragar así a sus mascotas. Pero entonces, a uno de ellos se le ocurrió preguntar: ¿Y qué carne es esta? ¿Cuál es la marca? Cuando el publicitario que controlaba el test les reveló el nombre, los dos apartaron a los perros de los recipientes dando tirones y con cajas destempladas. Hasta amenazaron con demandar a los convocantes de la prueba. Estaban indignados: esa carne ‘manchada’ no se debía dispensar. Era un ultraje.

 

La señora se revolvió en su silla de invitada. No entendía aquella representación. ¿Habían pretendido humillarla? Ya sé –les dijo- los problemas que tiene el producto, no hace falta que me abochornen. Precisamente esta percepción es la que hay que cambiar. Para eso les pago. La respuesta de Draper y compañía fue que no. Que aquello lo que demostraba eran dos cosas: a) que el producto era excelente, probablemente el mejor del mercado; y b) que la firma estaba contaminada para siempre, que no había nada que hacer. Estaba sentenciada. No tenía ningún futuro.

Por eso, le propusieron otra cosa: dejar morir la marca actual, crear una nueva y volcar ahí todos sus esfuerzos. Los consumidores, ajenos a todo ese proceso, pasarían página centrando sus compras en el nuevo producto que, como se había demostrado, era de bastante calidad. La dueña del negocio se marchó indignada. Canceló el contrato, convencida de que aquello era un despropósito total. Yo creo que los chicos de Sterling, Cooper & Draper tenían razón.  

Más en twitter: @javierfumero

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