Javier Fumero

Derecho a fallar

Luis Enrique.
Luis Enrique.

He dudado bastante si meterme en este jardín. Porque es difícil que un comentario como el que voy a hacer no termine siendo entendido como un ridículo mensajito de autoayuda, algo pasteloso, entre condescendiente y pretencioso, de quien se atreve a sugerir algún atajo para llegar a la felicidad. Al final, he decidido lanzarme –lo admito- tras escuchar el análisis que ha hecho Luis Enrique en rueda de prensa sobre el tremendo error del portero Unai Simón en el partido de la Selección Española de este lunes en la Eurocopa.

Me gustó su explicación:

-- “Unai ha dado hoy una lección no sólo a sus compañeros de profesión sino también a cualquier niño que quiera ser futbolista. No hay que preocuparse de los errores o de los aciertos. Hay que preocuparse de tener intentos. Y hoy, Unai ha demostrado que, después de un error que hemos cometido –un error claro, no hay que esconderlo-, ha vuelto a generarnos superioridad, ha vuelto a confiar en él, ha hecho paradas increíbles… Ha tenido la personalidad necesaria que ya le conocíamos. Ha sido un refuerzo para él y para cualquiera que quiera ser futbolista profesional”.

El mensaje que manda el seleccionador es interesante precisamente en el contexto actual. Puede ser un bocinazo a esta sociedad que sublima el éxito, el triunfo, la impecabilidad, el progreso, el avance, los logros. Triunfar es sinónimo de escalar puestos, de ascender, de nunca resbalar o disimularlo, de mejorar siempre la valoración que los demás tienen de ti.

La cultura empresarial anglosajona tiene bastante responsabilidad en esto. Lo más importante se mide en términos de crecimiento económico. Detenerse es morir. Los accionistas exigen cada año más rendimiento que el anterior. Si no puedes lograrlo, deja paso al siguiente. No está bien visto conformarse. Es cierto que no se demoniza el fracaso empresarial pero sólo si se demuestra músculo para volver a ponerse en marcha.

Esta dinámica se puede observar especialmente en las redes sociales. Ahí te juegas la canonización de la sociedad como persona digna de mención y envidiable. Por lo tanto, allí se muestran las medallas que acreditan los propios méritos que nos preparan para esa bendición: viajes, triunfos, habilidades, relaciones, mejoras, avances… Nadie pone allí –es absurdo- las pifias, los propios fracasos. Esto puede cegar.

A propósito de medallas, recuerdo el beso de Pep Guardiola a su medalla de segundo clasificado la noche de la última final de la Champions, cuando su Manchester City perdió ante el Chelsea y recibió el galardón en una tribuna. Fue una reacción pública de orgullo ante un presunto patinazo. Fue una reacción pública a las imágenes de aquellos jugadores del Manchester United que, días antes, al quedar segundos ante el Villarreal en la Europa League, se quitaron del cuello a toda prisa y con gesto airado –“qué asco”- el metal que les recordaba, a ellos también, su segundo puesto.

Hay que tener cuidado, parecen sugerir Luis Enrique y Guardiola. Se puede ser feliz y optar a una vida plena siendo imperfectos. La clave está en gestionar bien los propios límites. Es un buen comienzo no dejar que los defectos nos afecten tanto. Eso se puede trabajar. También es útil lograr que esos desaciertos no nos definan. Porque la propia vida es mucho más que los fallos que cometemos.

Más en twitter: @javierfumero

 
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