Javier Fumero

Tu derecho a cierta dosis diaria de insultos

Existe otro género de violencia, primo hermano del de los terroristas, que establece como parte de un arte la ofensa, el insulto, el escarnio

El abogado de la revista Charlie Hebdo, cuya sede fue tiroteada en Francia por islamistas radicales que ejecutaron a 12 personas a sangre fría durante el atentado, acaba de publicar un libro titulado ‘El derecho a cagarse en Dios’. Su tesis es básicamente la siguiente: si no podemos ofender a nadie, volveremos a las cavernas.

Corremos el riesgo, explica este jurista, de quedar atrapados entre el pensamiento islamista y el anglosajón que insta a no ofender a nadie, el ‘wokismo’ lo llama. Este jurista no entiende cómo podemos vivir en una sociedad si no se puede decir nunca nada que pueda herir al de enfrente. La única manera de lograrlo sería viviendo en cavernas, insiste.

“Cuando interactuamos –añade-, asumimos el riesgo de herir y ofender, y tal vez es así como uno se enriquece intelectualmente –abundando en los matices y generando intercambios- y evitamos convertirnos en fanáticos o en idólatras”.

El fundamentalismo religioso, sea del signo que sea, es un horror. De eso no cabe ninguna duda. Sin embargo, no veo que exigir respeto nos convierta en cavernícolas. Más bien pienso lo contrario. Que existe otro género de violencia, primo hermano del de los terroristas, que establece como parte de un arte la ofensa, el insulto, el escarnio. Si me cago en tu Dios o en tu madre, no te ofendas. O si te ofendes, te tragas el agravio porque la culpa es tuya por troglodita. Y, además, te tienes que reír. ¿Alguien sigue el razonamiento? Yo no.

Pienso más bien que las redes sociales como Twitter o Instagram exigen, ahora más que nunca, una revisión de la calidad de la conversación entre los ciudadanos. ¿Nos estamos volviendo cada vez más agresivos? ¿No estamos entrando en una dinámica cada vez más cargada de testosterona, zascas y empujones verbales? ¿Y eso es realmente más progresista o nos está retrotrayendo a la época en la que el garrotazo era la principal forma de expresión?

Es que yo –parece decir nuestro defensor de Charlie Hebdo- tengo derecho a una cierta dosis diaria de burlas, insultos y escarnios, sin que nadie me limite esa posibilidad con sus melindrosas objeciones. ¿Es eso un derecho? ¿No estaremos glorificando así un rasgo del ser humano que, lejos de adornarlo, lo convierte en un ser menos depurado por menos racional, menos elevado?

Ojo porque, mientras tanto, el Estado –que no se puede estar quieto- insiste ahora en perseguir con inquina los “delitos de odio”, signifique eso lo que signifique. O sea, que mientras unos defienden disponer de carta blanca para el desahogo artístico sin limitaciones, otros están levantando empalizadas a la libertad de expresión para restringir todas aquellas expresiones que busquen difamar a un individuo por sus rasgos inmutables, como su raza, etnia, origen nacional, religión, género, identidad de género, orientación sexual, edad o discapacidad.

¿En qué quedamos?

Más en twitter: @javierfumero

 
Portada
Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato