Javier Fumero

Directivo y redentor

Dos personas utilizando la aplicación móvil de Facebook.
Dos personas utilizando la aplicación móvil de Facebook.

Lo he recordado aquí hace poco, pero lo repito porque es el ejemplo más claro que me he encontrado de una forma de entender el mundo empresarial al que me quiero referir hoy. Además, este testimonio lo escuché yo en boca del protagonista, uno de los ejecutivos más exitosos de este país: Paolo Vasile.

Vasile lleva 22 años como consejero delegado de Mediaset España y, bajo su mandato, Telecinco se ha consolidado como la cadena más vista del país y una de las más rentables de Europa. Sus resultados anuales suelen rondar los 200 millones de euros de beneficio (al menos antes de la pandemia) con una facturación neta cercana a los 900 millones.

Cuando al directivo italiano se le pregunta, como yo hice, por las críticas que circulan sobre la calidad del producto que elabora y difunde masivamente, por cuál es su opinión personal sobre esos programas que emite donde se comercia con sentimientos, se trafica con la vida privada, se retransmiten las vidas sexuales ajenas, las infidelidades, el flirteo y a veces hasta la zafiedad, la grosería o la vulgaridad, siempre responde lo mismo: él ofrece a los televidentes lo que demandan, lo hace mejor que la competencia y a menor coste que otros. De ahí su éxito.

Si uno le pregunta por la responsabilidad social que deriva de cualquier trabajo, también el suyo, explica abiertamente que él no se considera “un redentor”, un “moralizador” de nadie. Eso lo considera paternalista, condescendiente y hasta un insulto hacia los televidentes que consumen sus programas plenamente conscientes de los que hacen. Su misión, asegura, no es salvar el mundo sino rendir cuentas a los accionistas de una compañía cotizada. Bastante tiene con ofrecerles los mejores resultados financieros posibles. Punto.

Por eso quiere cuanta más audiencia, mejor; y al menor coste posible. Por eso se jacta, por ejemplo, de las tardes de Telecinco. ‘Sálvame’, esa tertulia-contenedor de chismes que dura cuatro horas (en sus dos versiones, Naranja y Limón), logra las mejores audiencias del país –al menos era así hasta hace unas semanas- y es mucho más barata que la oferta de la competencia. Efectivamente, para cubrir esa misma franja horaria, Antena 3 tiene que colocar dos series de ficción y dos concursos completos (cuatro programas), mucho más caros que el producto de su rival para obtener una audiencia parecida.

Con esta premisa fundamental Mediaset España ha consolidado formatos como ‘Mujeres y hombres y viceversa’, el propio ‘Sálvame’, ‘Viva la vida’, ‘Gran Hermano’, ‘Supervivientes’, ‘First Dates’, ‘La isla de las tentaciones’, ‘Secret Story’... y los desaparecidos ‘Aquí hay tomate’, ‘Esta noche cruzamos el Mississippi’, ‘Crónicas marcianas’, las Mamachichos o ‘La Noria’.

Cuento todo esto porque el periódico The Wall Street Journal acaba de desvelar una exclusiva impactante: un documento interno de Facebook confirma que Instagram, la red social propiedad también de la compañía de Mark Zuckerberg, es tóxica para sus usuarios, sobre todo para las adolescentes. Ese informe ha estado durante años en manos de los directivos de Facebook. Es decir, que Zuckerberg sabe, desde hace mucho tiempo, que “un 32% de chicas dicen que cuando se sienten mal con su cuerpo, Instagram les hace sentir peor” y que “las comparaciones con lo que ven en Instagram pueden alterar el modo en que las jóvenes se perciben y describen a sí mismas”, concluye el citado documento.

Las conclusiones de las investigaciones llevadas a cabo por Facebook chocan con los discursos públicos de los responsables de ambas redes sociales. Tanto el fundador de la compañía como Adam Mosseri, jefe ejecutivo de Instagram, han minimizado de forma sistemática el peligro de la plataforma para la autoestima de sus usuarios e insistido sobre todo en sus efectos benéficos para la salud.

¿Qué responsabilidad tiene un ejecutivo sobre el producto que comercializa su compañía? ¿Puede un directivo abstraerse del efecto que provoca en la sociedad el producto que comercializa? ¿Es legítimo mirar solo el rendimiento económico? ¿Es paternalista y condescendiente velar por el compromiso social cuando uno tiene capacidad de mando en una empresa? ¿La demanda debe ser el criterio principal para medir la ética de un trabajo?

 

Más en twitter: @javierfumero

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