Javier Fumero

La elegante señora que mendiga comida

Sobrecogedor. No encuentro otra palabra. No sé si la escena me pilló con la guardia baja, si tenía un día atravesado o si es que, simplemente, me estoy volviendo mayor. Pero no me puedo quitar de la cabeza lo que viví este lunes.

Llegué a un restaurante conocido para almorzar con un amigo. Pero lo hice con varios minutos de antelación. Me quedé cerca de la puerta, consultando twitter en el móvil y entonces la vi llegar. Claro, me fijaba en todas las personas que entraban al local porque alguno podía ser mi amigo. Ella no se me pasó por alto.

De mediana estatura, melena rubia, de porte elegante, bien arreglada y hasta distinguida. De unos 50 años, si uno tiene buena vista para aventurar la fecha de nacimiento de las mujeres (lo que dudo mucho). Pero no era ni una chica, ni una anciana. Vestía de negro, correcta. Sin ruido, ni estridencias. Como muy señora.

Yo seguí a lo mío, enfrascado en el teléfono. Pero el acento que escuché, cuando la abordó el dueño del restaurante, no me pasó inadvertido. Argentina de pura cepa. Porteña, me arriesgaría a decir incluso. Entonces, escuché algo parecido a lo que sigue:

-- Que si está no sé quién... No, hoy ella tiene el día de descanso. No le toca atender las mesas... Vale, muy agradecida, pues me voy... No, venga, siéntese aquí: hoy le pago yo la comida... ¡Cómo va a ser! ¡De ninguna manera!

Paréntesis: pongo las últimas palabras entre exclamaciones pero aquello era un murmullo. Eso sí: un murmullo de ligera indignación. Cierro paréntesis porque los dos continuaron:

-- Quédese tranquila, que yo la conozco. Venga aquí y siéntese... Por favor, no, cómo va a ser. Yo me voy por dónde he venido y me tomo un cortado en cualquier sitio... Que no. Faltaría más. No la voy a dejar: hoy puedo darle de comer. Otro día no sé, pero hoy se sienta aquí y come. ¡María, por favor, ven y atiende a la señora!...

Me quedé absolutamente noqueado. Aquella señora, de porte elegante e indudable educación, se veía obligada a mendigar comida entre desconocidos... No es que no sepa que estas cosas están pasando. Pero es fácil verlo desde la distancia y otra muy distinta contemplarlo delante de tus narices.

Estuve unos minutos pensativo, dándole vueltas a lo que acababa de pasar. De repente, me tocaron en el hombro. Era el dueño del restaurante, con el que tengo cierta confianza de años. Me había visto asistir discretamente a la escena y venía a contarme, consternado, la situación de aquella señora. También necesitaba desahogarse.

 

Le agradecí de corazón su gesto de solidaridad y me llevé de aquel restaurante una gran lección. Estoy convencido de que con ciudadanos de esta categoría es imposible que este país no salga adelante. Lo pienso sinceramente y lo deseo con todas mis fuerzas.

Más en twitter: @javierfumero

Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato