Javier Fumero

Por qué las encuestas han vuelto a columpiarse

Encuesta
Se abre de nuevo el debate sobre por qué fallan las encuestas en algunas citas electorales

La elecciones americanas han vuelto a abrir el debate sobre las encuestas, sobre su capacidad para predecir tendencias y avanzar comportamientos. En la cita de los Estados Unidos han vuelto a columpiarse de forma asombrosa. 

Una inmensa mayoría de ellas daban vencedor a Joe Biden por más de ocho puntos de diferencia. Pero al momento de cerrar este artículo, Biden estaba a las puertas de la victoria pero por un estrechísimo margen que muy pocos sondeos lograron reflejar. ¿Qué ha pasado? ¿Son fiables las encuestas? ¿Merece la pena el coste tan alto que suponen? ¿Se les puede exigir responsabilidades?

He escuchado a algunos expertos en demoscopia ofrecer las primeras explicaciones. Resumiendo mucho, utilizan los siguientes argumentos:

a) Las encuestas no ofrecen predicciones (eso es tarea de los astrólogos o los magos, aclaran). Son estimaciones sobre lo que puede suceder a partir de unos datos que recogen de forma aleatoria y siguiendo un criterio científico.

b) Esto es injusto: sólo hay críticas hacia la demoscopia cuando se producen distorsiones. Pero se trata de casos excepcionales: la mayoría de las veces aciertan y eso no se pone en valor lo suficiente. Conviene recordarlo ahora.

c) Los sondeos son una ciencia social. Trabaja con personas y estas no son objetos inanimados ni inertes. Todo lo contrario. Son complejos e impredecibles, pero también mentirosos, taimados, esquivos, tramposos.

d) La demoscopia no es una ciencia exacta y tiene más dificultades para realizar estimaciones en determinadas circunstancias: en un escenario donde entren en juego elementos novedosos, ante hechos imprevistos, donde haya una gran polarización, ante esa realidad llamada “mayoría silenciosa” (gente que no manifiesta públicamente su sentir real por temor, complejo o despecho ante una situación de cierto acoso social)…

Qué quieren que les diga. Entiendo estas explicaciones pero no me terminan de convencer. Para empezar, porque el argumento de la excepcionalidad no me parece muy real. En el año 2016 los estudios demoscópicos se cubrieron de gloria hasta en cuatro citas importantísimas: Donald Trump derrotó a Hillary Clinton contra los sondeos; el Brexit salió SÍ cuando el día anterior los principales sondeos daban un cómodo 55% al NO (que acabó en un 48%). Y en Colombia ese mismo año ganó el NO en el referéndum del Acuerdo de Paz, cuando las encuestas hablaban de un 66% a favor de la aprobación.

Por otro lado, la demoscopia no suele demostrar esta humildad que ahora manifiesta y, menos aún, cuando está vendiendo sus servicios. Se suele presentar, efectivamente, como una ciencia prácticamente infalible, capaz de desentrañar el verdadero impacto de unas medidas, lo que piensan los ciudadanos, etc.

 

De hecho, estamos hablando de empresas que facturan millones de euros por trackings con los que trabajan compañías y partidos políticos para diseñar sus estrategias. Y cobran tanto porque “venden” (insisto) una capacidad de reflejar con gran nitidez estados de ánimo, hábitos de consumo, tendencias vitales… 

He visto a algún experto responder a esto con una frase del antropólogo Juan Luis Arsuaga: “Si la ciencia le parece cara, pruebe con la ignorancia”. Es un argumento peliagudo: o usted pasa por caja abonando el pastizal que yo le digo (y sin pedirme excesiva cuenta de los patinazos), o sólo le queda ir a ciegas, con una mano delante y otra detrás.

Hombre, quizás haya un término medio: por ejemplo, preguntarse por qué las empresas demoscópicas no se libran de la pereza, acometen un buen examen de conciencia y descubren qué técnicas pueden incorporar a partir de ahora para detectar mejor el verdadero sentir de los ciudadanos. 

Más en twitter: @javierfumero

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