Javier Fumero

Lo que me escama de la muerte del león Cecil

Si alguien introduce hoy en el buscador de Google las palabras “león Cecil”, la herramienta le presentará más de 20 millones de referencias, la gran mayoría relacionadas con la polémica muerte de un león en Zimbabue a manos de un cazador norteamericano, dentista de profesión.

Creo que ya mencioné hace unos días mi perplejidad al constatar, nada más regresar a España, que éste había sido uno de los temas informativos estrella del pasado mes de julio. Me resulta curioso. Por varios motivos.

En primer lugar, porque parece que la preocupación ecológica cunde. Y es muy buena noticia. Las matanzas de animales singulares, de especies que no abundan y por puro placer son un atropello. Ya lo dice el Papa Francisco en su encíclica ‘Laudato Si’: el hombre no es Dios; no posee la Tierra en propiedad sino que ésta nos precede; se exige el máximo respeto de los recursos naturales y los animales deben ser respetados.

Sin embargo, existe una desproporción enorme entre lo sucedido y su contexto. Resulta curioso constatar cómo la cobertura informativa sobre la caza del felino no ha ido acompañada de una sola mención a otras cuestiones. En el mismo país donde vivía el pobre Cecil se están produciendo carnicerías sin cuento a manos del dictador Robert Mugabe, que campa a sus anchas por allí desde 1980 sin que la comunidad internacional haya montado mucho revuelo. Esto es bastante extraño. ¿No les parece?

Es curioso, y bastante cruel, que no se observe el mismo celo por la defensa del ser humano. Por eso, cuando veo una gran movilización a favor de los animales me gusta comprobar si los activistas se mueven de forma coherente y equilibrada.

¿Son personas preocupadas por la vida, en general? Perfecto. Me congratulo con ellos y me uno a sus proclamas. Me tendrán siempre a su lado. ¿Hay alguna fractura? Entonces, cuidado.

Les pondré un ejemplo. Muchos recordarán el nacimiento, allá por el año 1993, del Proyecto Gran Simio. Fue un programa internacional de carácter no gubernamental que pretendía preservar y proteger del maltrato y de la muerte a esos “hermanos pequeños” del hombre, homínidos como las personas.

Detrás de aquel plan estaba un señor llamado Peter Singer, catedrático de Bioética en la Universidad de Princeton (Nueva Jersey, Estados Unidos) y de Filosofía en la Universidad de Melbourne (Victoria, Australia).

Pues bien. Singer defendía, en determinadas circunstancias, la eutanasia no sólo de personas adultas enfermas, en fase terminal, sino también de recién nacidos con deficiencias graves: malformaciones, ceguera…

 

Justificaba esta práctica en un artículo titulado ‘El respeto por la santidad de la vida: hoy aquí, mañana no’‚ (The Sanctity of Life: Here Today, Gone Tomorrow), fechado en septiembre-octubre del 2005 y publicado en la revista Foreign Policy. Su tesis central: no todo ser humano es persona cuando pierde facultades, lo que permite dar muerte a los seres humanos que, presuntamente, dejen de serlo.

Singer también intentó justificar la zoofilia. Como los seres humanos son animales, más concretamente, grandes simios –ha dejado escrito-, el sexo entre especies no constituiría una transgresión. De ahí que, entre humanos y animales podrían darse eventualmente actividades de mutua satisfacción de naturaleza sexual. 

Más en twitter: @javierfumero

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