Javier Fumero

Estación Atocha Mis narices

Fachada de la estación Puerta de Atocha, de Madrid
Fachada de la estación Puerta de Atocha, de Madrid

No estoy de acuerdo en interpretar todo lo que sucede en clave política: podemos caer en la conspiranoia y, en cualquier caso, prejuzgamos. Dicen que el anuncio del archivo de la Fiscalía sobre la investigación del Rey Juan Carlos I se ha realizado ahora para que la guerra de Ucrania tape el escándalo. Y otros argumentan que la propuesta para cambiar el nombre de la principal estación de trenes de Madrid a “Estación Atocha Almudena Grandes” persigue generar una polémica suficiente que esconda la grave decisión de enviar armas a Ucrania por parte de un gobierno de izquierdas. Distrae la atención.

No lo sé. Pero sí me deja estupefacto esa medida relacionada con la escritora tristemente fallecida por un cáncer a los 61 años. Ya hubo controversia con el deseo de los partidos de izquierda de dedicarle una calle en Madrid. Ahora, habiéndose aceptado su nombramiento como hija predilecta de la capital y muy conscientes del rechazo que produce a una parte de la sociedad, el Ejecutivo ha dado un paso más y decide ahondar en la herida.

Porque herida, señores políticos, hay. No es un invento, ni hiper sensibilidad, ni excesiva piel fina o falta de magnanimidad para aceptar al discrepante. No. Es que Almudena Grandes, rabiosamente anticatólica, insultó a los creyentes, ultrajó a los votantes de derechas y demostró muy poca sensibilidad hacia los que no pensaban como ella.

Llamó a fusilar “a dos o tres voces” que la sacaban de quicio, dijo. Sobre la religiosa Madre Maravillas, recordó su frase “Déjate mandar. Déjate sujetar y despreciar” para preguntarse aludiendo a la monja: “¿Imaginan el goce que sentiría al caer en manos de una patrulla de milicianos jóvenes, armados y -¡mmm!- sudorosos?”. Y solicitó que, ante ese “contrato sadomasoquista” de Sor Maravillas, “la desbeatifiquen”.

Ella era muy libre de opinar lo que le pareciera oportuno, faltaría más, pero no me pidan que la aplauda, ni que la canonice secularmente. Con esto no se desprecia su obra literaria, sino que se marca distancia de su intolerancia, de su modo de tratar a quienes no pensaban como ella. Yo no la he insultado, ni lo haré. Ni siquiera utilizando juegos de palabras o ironías. Me parece bien que haya defendido sus creencias. Lo digo sinceramente.

Pero no me exijan que esté de acuerdo con ella, porque no. El que analice con un mínimo de objetividad esta cuestión estoy seguro de que entenderá a quienes piensan así. No es tan difícil.

Más en twitter: @javierfumero

 
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