Javier Fumero

Fake Podemos: la verdad deja de ser un valor innegociable

Pablo Iglesias comparece para valorar los resultados de Unidas Podemos, en abril de 2019.
Pablo Iglesias comparece para valorar los resultados de Unidas Podemos, en abril de 2019.

-- “¿Te acuerdas de aquellos tiempos en los que la verdad era un valor innegociable y el mentiroso era repudiado socialmente sin remedio porque traspasaba una línea inviolable?”.

Esa fue más o menos la pregunta irónica que me hizo el otro día un amigo, bastante preocupado por la deriva que llevamos como sociedad. No le faltaba razón a su reflexión. Basta mirar a nuestro alrededor.

No hablo sólo de las ‘fake news’, de las noticias falsas utilizadas para arrimar el ascua a la propia sardina; ni de las manipulaciones estilo Cambridge Analytica, estrategias sociológicas que se sirven de medias verdades para movilizar ciudadanos en una dirección o en otra. Hablamos de mentiras tondas y lirondas, de las gordas. Incluso, diría yo, de las obscenas.

Uno pensaba que, efectivamente, hasta ahí podíamos llegar (por utilizar una expresión que Pablo Casado acaba de poner de moda). Pensaba que por ahí nunca pasaríamos: si algún político, periodista, médico, abogado o ingeniero llegara a ser pillado mintiendo abiertamente a los ciudadanos, pagaría muy cara su ignominia. ¿Es así?

Ojo. Antes de responder, recuerden la definición de la mentira: “Afirmación que una persona hace consciente de que no es verdad”. Eso dice la Real Academia de la Lengua. Pero hay otra descripción que siempre me ha parecido algo más esclarecedora: “mentir es decir lo contrario de lo que uno piensa con ánimo de engañar”.

Me parece especialmente útil este modo de definir al embustero porque no carga la mano en que está diciendo algo que sabe –totalmente o en parte- que no es cierto, sino que subraya su intención: con esa declaración mendaz busca confundir, tergiversar la realidad a propósito. Por eso es tan dañina esta práctica. Pero vuelvo a la pregunta: ¿pagan ahora los mentirosos su atropello?

Hace unos días, un partido político con representación en el Congreso de los Diputados y miembro de un Gobierno legítimamente constituido admitió en sede judicial haber mentido. Y no una mentira cualquiera: ha reconocido –insisto, ante un representante de la ley- que inventó una acusación tan grave como la de “acoso sexual” para despedir al representante legal del partido que había anunciado presuntas irregularidades contables en la formación.

El pasado jueves se iba a celebrar en Barcelona el juicio contra José Manuel Calvente, el ex abogado de Unidas Podemos acusado por su ex compañera de gabinete jurídico Marta Flor de acoso sexual, hostigamiento laboral, coacciones y lesiones. La vista fue suspendida tras un acto de conciliación en el que ambas partes sellaron un acuerdo: el abogado renuncia a pedir la nulidad de su despido –alega que no tiene interés en volver a trabajar para esta formación política- y el partido admite su despido improcedente tras reconocer “que no existían las causas alegadas para su destitución”. Vamos, que Podemos inventó las acusaciones.

¿En serio? ¿Podemos se inventó una acusación tan grave como la de acoso sexual contra un ex trabajador? ¿Y esto no va a tener graves consecuencias para el partido? ¿Qué tiene que decir al respecto el vicepresidente Pablo Iglesias? ¿Se imaginan que esto hubiera sucedido en cualquier otro partido político del arco parlamentario español?

 

¿Se acuerdan de cuando en esta sociedad la mentira era castigada duramente y se consideraba un límite que nunca se permitiría traspasar?

Sin embargo, aquí seguimos nosotros ahora… para bingo.

Más en twitter: @javierfumero

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