Javier Fumero

Fernando Simón, ese cero a la izquierda

Fernando Simón.
Fernando Simón.

Ya lo dije hace meses y lo repito ahora: Fernando Simón no está quemado, está achicharrado. Y no entiendo cómo no salta a la vista de este Gobierno y su Ministerio de Sanidad, que lo mantiene como si no pasara nada al frente del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias.

Les pongo un ejemplo que lo demuestra: este jueves en una noticia publicada por el diario El País sobre ese brote de viruela del mono que tiene en ansia a todo el mundo, Fernando Simón no aparecía citado en la información ni una sola vez. Ni una. El periódico habló con expertos, recabó datos de primera mano en hospitales de toda España (en este caso, fuentes anónimas), incluyó declaraciones de la ministra, de la directora general de Salud Pública de la Comunidad de Madrid… No hubo ni una sola cita al director.

El periódico incluyó en la página una fotografía de Fernando Simón confirmando que el día anterior habló del citado brote en una cumbre sobre pandemias celebrada en Valencia. Pero insisto: no metió ni una sola línea sobre sus palabras. ¿Qué dijo allí Simón? Una frase que ha provocado en las redes sociales estupor, enfado, carcajadas y bromas casi a partes iguales: “No es probable que la viruela del mono tenga una transmisión importante pero no se puede descartar”.

Claro, las referencias a lo vivido durante la grave crisis del Covid-19 en España no tardaron ni un segundo en surgir. ¿Recuerdan su primera valoración sobre el impacto de la pandemia? Fue un patinazo en toda regla: “Me sorprende –dijo en febrero de 2020- la excesiva preocupación”. “Creemos que España como mucho va a tener algún caso diagnosticado”. Pero resbaló también con las mascarillas: “No es necesario que la población utilice mascarillas” (lo que abrió la puerta a las especulaciones: no era una verdad científica sino un modo de proteger al gobierno que no disponía de existencias).

También se equivocó con la información sobre las vacunas. También sobre la primera cepa virulenta, la británica: primero dijo que apenas iba a afectar a la población española y posteriormente, que quizás se empezara a notar alguna cosa. También culpó a los españoles de todos los males, por habérselo “pasado mejor” de lo que debían en las últimas Navidades.

Hay un denominador común que une todas estas afirmaciones: la imprudencia. Al vocero elegido para dar la cara durante un cataclismo no se le pide infalibilidad (porque nadie la tiene) sino prudencia. Facilitar la información fiable que tenga y abstenerse de especulaciones. Su recurso a algunas bromas o su posado con una chupa de cuero y una moto en verano tampoco se entendieron: su misión no era caer simpático sino informar con sensibilidad y eficacia sobre un drama brutal.

Dicen los expertos en comunicación de crisis que parte de la solución está en dotar a la organización que sufre esa situación extraordinaria de un portavoz a la altura. Eso refleja preocupación, sensibilidad y compromiso con los afectados. Y lo contrario: el desapego que demuestra ahora Moncloa y Sanidad hacia quien sale a explicar cada tanto qué sucede con las alertas pandémicas se puede entender como una falta de respeto hacia todos los españoles.

Más en twitter: @javierfumero

 
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