Javier Fumero

Y los indultos entraron hasta la bola

Los presos indultados posan con una pancarta y una estelada. Foto Kike Rincón / Europa Press.
Los presos indultados posan con una pancarta y una estelada. Foto Kike Rincón / Europa Press.

En el lenguaje taurino se emplea esta expresión –“hasta la bola”- para describir esa estocada que penetra por completo en el animal, dado que la bola es una pequeña esfera que separa la hoja del puño del estoque. Es decir, se emplea figuradamente para significar “hasta el fondo, hasta el final”.

Por eso digo que los indultos han entrado hasta la bola, porque me ha llamado la atención que, pasado el tiempo, el tema ha quedado amortizado. El suceso ha pasado sin pena ni gloria. Ha desaparecido completamente del horizonte informativo. Incluso diría que sin excesivo escándalo.

El pasado 22 de junio –he tenido que buscar la fecha en Google, porque no lograba recordar el momento exacto-, el presidente Pedro Sánchez anunció efectivamente el indulto de los nueve condenados por los sucesos del 1-O en Cataluña, alegando “razones de utilidad pública”.

Moncloa hizo un importante esfuerzo pedagógico. Dicen que el asesor Félix Bolaños terminó de granjearse el favor de Pedro Sánchez con esta operación. Su trabajo en este terreno, explican los ‘fontaneros’ del Gobierno, le permitió ganar el suficiente prestigio ante el jefe como para dar un salto en la crisis de Gobierno de julio y consolidarse como hombre de confianza en la sala de máquinas de Presidencia.

Bolaños diseñó el plan, manejó los tiempos y preparó el terreno. Se decidió conceder indultos parciales, porque los políticos en cuestión siguen inhabilitados. Se utilizó la figura de la reversibilidad, es decir, quien vuelva a repetir actuaciones parecidas se queda sin medida de gracia y vuelve a prisión. Y se hizo mucho hincapié en el “relato”: hacía falta un gesto hacia el independentismo, una demostración de magnanimidad, para que no se le pueda reprochar a Madrid en un futuro una cierta cerrazón en la salida a la crisis catalana.

“Magnanimidad” y “generosidad”, fueron las palabras más usadas esos días por Moncloa, por los ministros y por el PSOE para ayudar a los ciudadanos a digerir el movimiento. Se trataba de generar emoción, ilusión, expectación, esperanza. Era la hora de ser dadivosos y no egoístas. Apostar por solucionar el conflicto con el diálogo, las buenas palabras, la apertura. Dejar sin argumentos a los que aseguran que en Madrid sólo hay inmovilismo.

Pero se actuó también marcando con letra escarlata a los posibles discrepantes: el rechazo a las medidas de gracia para los presos catalanes se asoció con la tacañería, la bajeza y la mezquindad. Hay que ser muy ruin para no arriesgarse en favor de la paz y la concordia, superar el mal con bien, apostar por un gesto altruista allí donde otros sólo siembran tinieblas.

El equipo del presidente logró, incluso, algo bastante sorprendente: convencer de la conveniencia de esta medida a veteranos líderes socialistas. Meses antes, algunos barones del PSOE habían amenazado con provocar un terremoto en el partido si algo así sucedía. Pero llegado el momento, el estoque entró limpio, hasta el fondo, con suavidad.

Y aquí estamos. El muro que se saltó es altísimo. El indulto a unos condenados por delitos graves sin que haya mediado el arrepentimiento o causa de fuerza mayor (edad avanzada, enfermedad grave o terminal) ha sido un atentando contra el Estado de derecho y la propia concepción jurídica que lo sustenta. Todo, eso sí, con mucha empatía, magnanimidad, grandeza de ánimo… Pero hasta la bola.

 

Más en twitter: @javierfumero

Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato