Javier Fumero

Jalogüín contra el Portal de Belén

Calabazas con luces en su interior preparadas para la fiesta de Halloween
Calabazas para festejar la fiesta de Halloween

España ha vuelto a asistir a un nuevo deambular de niños (y no tan niños) paseando por las calles disfrazados de brujas, asesinos, esqueletos, dráculas y demonios. Es la fiesta de Halloween, que va calando cada vez más en esta Europa secularizada que se alimenta de los vientos comerciales provenientes de los Estados Unidos.

Eso sí. Dentro de pocas semanas, estaremos de nuevo ante la cíclica polémica sobre la Navidad y los símbolos religiosos.

Estos días Madrid se está llenando de las tradicionales estructuras luminosas que llenarán de color las calles de la capital hasta mediados de enero. Y me ha venido a la cabeza aquella surrealista apuesta de Alberto Ruiz Gallardón (y su modernísima concejal Alicia Moreno) cuando intentó describir en palabras de luz el espíritu navideño. Lo que le salió fue algo así: “serpentina”, “lujuria”, “abeto”, “cachondeo”…

Manuela Carmena convirtió la cabalgata de Reyes en un desfile del Carnaval, con música tecno, luces de neón y sus majestades vestidas de rumberos. Se trataba de festejar el solsticio de invierno y evitar las menciones explícitas a lo que se celebra: una fiesta religiosa.

También se ha debatido sobre la pertinencia o no de colocar Belenes en la ciudad. Los monstruos, las telerañas y las calabazas de jalogüín pueden decorar nuestros lugares públicos pero ojo a colocar a la mula y al buey porque te la cargas.

Mi posición sobre esta cuestión –manifestada en alguna otra ocasión- es clara: soy un laicista convencido. El cristianismo defiende y promueve una clara distinción entre Estado y religión. Por eso soy laicista. No quiero a ningún gobierno promulgando leyes a favor de la asistencia a misa, obligando a los ciudadanos a adorar a un Dios determinado o exigiendo el cumplimiento de unas devociones. Ni de broma.

Dicho esto, no entiendo a quien dice que en la vida pública no debe haber sitio para Dios. La religión ofrece al hombre una visión para toda la vida, no sólo para la espiritual. Para quienes defienden los valores fundamentales de la fe, estos deben manifestarse también públicamente.

El laicismo ha dejado de ser ese elemento de neutralidad, que abre espacios de libertad para todos, y se ha convertido en una ideología que pretende imponerse a través de la política. Y su objetivo es cerrar a cal y canto cualquier espacio público a la visión católica y cristiana. Los chicos de Halloween tienen sitio, el portal de Belén no.

¿Quién actúa entonces como un fanático? ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar los radicales en su afán por consumar el atropello y eliminar de nuestra sociedad cualquier referencia a la religión?

Más en twitter: @javierfumero

 
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