El bicho y la letra escarlata en Navidad

Podremos escribir un libro para relatar lo que hemos vivido estos dos últimos años. Porque el Covid-19 va a dejar una huella profunda. Basta ver lo que sucede estos días: todo el mundo tenso, nervioso, con unos deseos tremendos de pasar en familia las fiestas, pero con un miedo capilar al contagio por todo el cuerpo.

Estamos vacunados y eso es una buenísima noticia. De la que nos hemos librado. Basta mirar a los países de nuestro entorno y pensar qué sería de nuestros centros hospitalarios estos días si no fuera así. Pero no basta. Nadie quiere arriesgar porque hay vidas en juego, ni pasar por imprudente o insensato. Qué horror. ¿Nos reunimos? ¿Hacemos test? ¿Cancelo aquella comida? ¿Voy al gimnasio? ¿Suspendo el viaje?

Además, es invierno. Y hace mucho frío, al menos en Madrid. Calefacciones en interiores, entradas y salidas bruscas de casa y locales, copitas en terrazas, me olvidé la bufanda, el abrigo me lo puse tarde… y entonces pillas un resfriado común. Pum. Se desató la mundial. Esa tos, ese moqueo, es la letra escarlata. Para empezar, es fácil entrar en bucle paranoico: me noto cansado, me duele la cabeza, hasta tengo fiebre… ¿estaré infectado con el bicho? Da igual que el test de negativo, la duda te corroe. El entorno tampoco facilita las cosas. Te tratan casi como a un apestado: lejos de mí, debes estar encerrado. Tampoco se debe reprochar nada a nadie porque hay muchas reuniones familiares en juego.

Y después, al fondo del escenario, aparecen los políticos actuando como pollos sin cabeza. El presidente nos deleitó el domingo con su tradicional homilía laica para no decir nada. Nada de nada. Todo menos quedarnos callados no vaya a ser que nos acusen de inacción. Patético. En Cataluña anuncian que se declara un toque de queda… que es ilegal y ya están reculando. ¡Piensen un poco antes de lanzarse, que ya hay experiencia suficiente! Pero nada, en vano. Algunos se empeñan en hacer el ridículo.

Ojalá todo esto pase pronto.

Más en twitter: @javierfumero