Javier Fumero

Margarita Robles, el luto, el sentido y la sensibilidad

Margarita Robles durante el discurso que pronunció en la morgue del Palacio de Hielo
Margarita Robles durante el discurso que pronunció en la morgue del Palacio de Hielo

Me ha impactado mucho la intervención de Margarita Robles en el Palacio de Hielo de Madrid, cuando este miércoles tocaba clausurar el recinto convertido en morgue tras haber acogido a cientos de ataúdes con fallecidos por la pandemia.

Me ha dejado tocado, insisto, porque desde el inicio de esta crisis brutal no había visto en un cargo público tanto respeto sincero, solidaridad y cercanía a las víctimas. Ellas son las verdaderas protagonistas de lo que está pasando y quienes deben centrar toda nuestra atención.

La ministra de Justicia ocupó, por fortuna, el lugar donde quizás debía haber estado el presidente del Gobierno. Ha habido comentarios al respecto. No importa. Mejor así. Porque lo primero que pensé tras escucharla, nada más reponerme de la emoción, fue: esto es lo más opuesto que he visto a un discurso diseñado por un estratega del marketing político.

Margarita Robles protagonizó una intervención sincera, empática, emotiva. El mensaje no estuvo perfectamente hilvanado pero eso aportó frescura al conjunto. Habló desde el corazón y no desde el teleprónter. Qué acierto. Ofreció un digno homenaje a los muertos, se mostró vulnerable, frágil y muy cercana a las familias. Se le entendió todo. Justo lo que exigía el momento. Cuanta dignidad.

Lo segundo que me llamó la atención fue la valiente mención, por partida doble, al auténtico misterio de la existencia humana, a la posibilidad de un más allá, al valor de la plegaria. Sin complejos. Desde el respeto, no tuvo problemas en aludir de pasada a esta cuestión, honrando también, como era de justicia, a los creyentes que han perdido la vida.

Pero este punto requiere, vuelvo a decir, mucho coraje. Porque desde hace mucho tiempo, en este país se evita cualquier alusión pública a estas cuestiones. No es políticamente correcto abrir esa puerta –mucho menos desde la izquierda política española-, vedada como está a la vida privada. El que lo hace se arriesga a recibir las más duras críticas de esa parte de la sociedad empeñada en una bestial cruzada para sepultar cualquier abierta referencia a lo trascendente.

Por si todo esto fuera poco, Margarita Robles dio un paso más, fue más allá: se atrevió a dejar en buen lugar a las Fuerzas Armadas. Ay, madre. Hizo hincapié en el trabajo de la Unidad Militar de Emergencias en su abnegada tarea de acompañamiento y cercanía a los cadáveres: nuestros soldados, vino a decir la ministra, no los han dejado solos ni un segundo; con inmenso respeto han sido los enviados que han velado, día y noche, los cuerpos de sus seres queridos.

Esto también tiene mucha retranca en un Gobierno que ha nacido sometido a un difícil equilibrio con el independentismo catalán y el nacionalismo vasco. Cualquier asesor centrado en cálculos electorales habría desaconsejado, en las actuales circunstancias, tanta coba a los uniformados de caqui. Para evitar rozamientos innecesarios, más que nada. ¿Habrá sido esta la causa de la ausencia de Pedro Sánchez en esta ceremonia?

En cualquier caso, me quedo con Margarita y su elegante despliegue de piedad, compasión, sentido común y sensibilidad.

 

Más en twitter: @javierfumero

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