Javier Fumero

Maricón en el glúteo

Las violaciones, el crimen organizado, los asesinatos, los acosos sexuales... emergen cuando hay un caldo de cultivo que así lo favorece. No salen de la nada
Las violaciones, el crimen organizado, los asesinatos, los acosos sexuales... emergen cuando hay un caldo de cultivo que así lo favorece. No salen de la nada

Llevo días dándoles vueltas de nuevo al tema de la violencia. No me quiero acostumbrar al horror que supone ver a ciudadanos de tu país actuar como descerebrados utilizando la violencia contra sus semejantes. No me quiero acostumbrar. De hecho, me gustaría que el (falso) caso de ese joven agredido por ocho encapuchados en Madrid, al que grabaron como salvajes con una navaja la palabra “maricón” en un glúteo, nos ayude a mejorar.

Hay tertulianos y analistas que aseguran rotundamente que todo es fruto de los discursos del odio y llevan esta cuestión al terreno político. Es una opción. Por otro lado, hay estudiosos como Sigmund Freud o Konrad Lorenz que defienden la existencia de un instinto destructivo, maligno, escondido en lo más profundo del ser humano. En nuestros genes habría una marca indeleble de agresividad y destrucción de la que el ser humano no puede huir. Estaría incrustada en el sistema operativo que traemos de serie.

Otros, como Erich Fromm, niegan la existencia de un instinto destructivo en los hombres. De esta misma tesis es el famoso psiquiatra español Luis Rojas Marcos que publicó hace bastantes años una obra llamada ‘Las semillas de la violencia’, donde dice:

-- “La agresividad maligna no es instintiva sino que se adquiere, se aprende. Las semillas de la violencia se siembran en los primeros años de la vida, se cultivan y desarrollan durante la infancia y comienzan a dar sus frutos en la adolescencia”.

Según esta tesis, los seres humanos nacen a este mundo con diversas simientes: hay inclinaciones a la bondad, la tolerancia, la generosidad, el altruismo… y vestigios de racismo, de ira, de crueldad o de estupidez. Lo realmente relevante es la tierra, el medio donde se cultivan estas semillas. La personalidad de los ciudadanos se arraiga en un compost determinado que facilita el crecimiento en una u otra dirección.

Las violaciones, el crimen organizado, los asesinatos, los acosos sexuales, el abuso psicológico, la pederastia, la violencia intrafamiliar, el maltrato a los ancianos y hasta el suicidio emergen cuando hay un caldo de cultivo que así lo favorece. No salen de la nada.

Es curioso lo que sucede con esos reporteros que entrevistan por el telefonillo de las viviendas a los vecinos del psicópata y el asesino en serie que acaban de detener. Todo el mundo está perplejo, nadie se podía imaginar que aquel cándido mozo era capaz de tales aberraciones. Pero no por eso podemos pensar que un degenerado se improvisa. Esa degradación es fruto de un proceso que ha llevado años: así funciona el hombre.

Yo apunto aquí dos elementos que, a mi juicio, están favoreciendo en estos tiempos ese itinerario hacia la violencia de las manadas y los encapuchados salvajes:

-- La familia. La erosión del núcleo familiar –el único sitio donde uno es querido por lo que es (padre, hijo, primo...), no por lo que tiene o por lo que ha logrado- es mortal de necesidad. Si uno no se siente querido, si pierde el principal refugio en este mundo hostil, queda a la deriva, no tiene un norte y siente una insatisfacción perpetua. La agresividad, auténtica espoleta de la violencia, emerge entonces porque el joven sin brújula se retuerce de dolor. El dolor de la frustración y el deseo no correspondido: los adolescentes quieren elevarse hacia lo más alto pero ni saben dónde está esa dimensión, ni tienen quién les razone sobre la mejor conducta a seguir.

 

-- Los videojuegos, las redes sociales, las series y la televisión. Si no hay ejemplos familiares que tomar como referencia, otros modelos ocuparán el lugar de los primeros. Porque los niños imitan lo que ven, necesitan pautas, elementos de inspiración. ¿Dónde encuentran ahora esos referentes que no están en casa? En la televisión, los videojuegos, las series y las redes sociales que, no lo olvidemos, son un negocio: son inversiones de particulares que buscan la maximización del beneficio, es decir, mayor audiencia al menor coste. Por lo tanto, basan su estrategia en generar adicción, en producir consumidores enganchados a las pantallas. Y ahí, en esos platós, presentar el bien como bien y el mal como mal resulta ñoño y aburrido, aunque eduque. En cambio, las conductas transgresoras, la violencia, la hipersexualización, despiertan los peores instintos que generan esa hiperdependencia que se traduce, para algunos, en ingresos cuantiosos.

Más en twitter: @javierfumero

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