No se metan con Paolo Vasile: Telecinco no engaña a nadie
Se ha armado un gran revuelo, también en el mundo judicial, por la mini serie que ha empezado a emitir Telecinco sobre Rocío Carrasco y el supuesto historial de violencia machista de su ex marido, Antonio David Flores. Hay un encendido debate estos días sobre la presunción de inocencia (ningún juez ha encontrado pruebas suficientes sobre esas acusaciones), sobre la preparación de los magistrados para abordar esta dichosa lacra de nuestra sociedad y sobre la mercantilización de un drama tan grave como este.
¿Es honesto comerciar con el dolor? ¿Se debe convertir en espectáculo un problema de este calibre? ¿Cuánto ha cobrado Rocío Carrasco por este serial? ¿Cuánto ha pagado Mediaset? ¿Desde cuándo sabía Telecinco que un colaborador en nómina estaba bajo sospecha por supuestos abusos? ¿Por qué la cadena decidió este martes prescindir de él?
Mientras buscamos la respuesta a estas preguntas, les dejo aquí algunos datos fríos: el programa en cuestión fue seguido la noche del domingo por 3,7 millones de telespectadores, un 33,2% de cuota de pantalla. Una barbaridad. En algún momento fue visto por nueve millones y medio de personas.
Un periodista ha hecho una simple multiplicación: si Telecinco hubiera emitido 120 anuncios en las dos horas que duró el programa y el precio medio de la tarifa publicitaria del canal es de 30.000 euros por spot, la cadena habría recaudado unos 3,6 millones de euros en 120 minutos. A esto hay que añadir la retroalimentación que esta polémica genera en la parrilla entera durante toda la semana.
Aquí está la clave, no hay que darle más vueltas. ¿Comerciar con los sentimientos? ¿Traficar con la vida privada? ¿Dar carta de naturaleza al impudor aireando relaciones personales, vida sexual, traiciones, infidelidades, flirteos…? ¿Recurrir cuando sea preciso a la zafiedad, la grosería, la vulgaridad? ¿Sacar rédito económico convirtiendo en show mediático una lacra como la violencia machista? Es el dinero, estúpido.
Pero que nadie se rasgue ahora las vestiduras. Paolo Vasile lleva años explicando abiertamente su modelo, su modo de entender la televisión desde Telecinco y Cuatro: él ofrece a los televidentes lo que le piden. Él no ha sido elegido –admite abiertamente- para ejercer de moralizador de un país a través de las televisiones que dirige, para redimir del mal a una sociedad. Él rinde cuentas a los accionistas de una compañía cotizada y debe ofrecerles los mejores resultados financieros posibles.
Por eso quiere audiencia, cuanta más, mejor. Telespectadores que se puedan monetizar. Y por eso diseña sus canales como contenedores de los programas que más demanda la audiencia. Los que más atraigan y más baratos sean, tienen prioridad. Este es el sentido de ‘Mujeres y hombres y viceversa’, de ‘Sálvame’, de ‘Viva la vida’, de ‘Gran Hermano’, de ‘Supervivientes’, de ‘First Dates’, de ‘La isla de las tentaciones’... y de los desaparecidos ‘Aquí hay tomate’, ‘Esta noche cruzamos el Mississippi’, ‘Crónicas marcianas’, las Mamachichos y ‘La Noria’.
Vasile lleva desde 1999 aplicando la misma estrategia, el mismo criterio, idéntico plan de trabajo, de lunes a jueves. Porque todos los viernes abandona Madrid y pone rumbo a una vivienda de Roma, donde vive con su familia, o a Civitavecchia donde durante años ha tenido amarrado un barco. Cada lunes regresa a la capital de España para seguir haciendo televisión. La competencia lleva años sosteniendo que el consejero delegado aplica el criterio descrito más arriba amparado en esas ausencias: ningún miembro de su entorno más cercano podría soportar, en su día a día en Madrid, el bochorno y las críticas por la telebasura. Pero este argumento a Vasile le enfurece: asegura que son insidias vertidas por rivales envidiosos que, a falta de talento para lograr mayores ingresos que Mediaset, difunden porquería para dañar su imagen.
Es un modo de entender el trabajo y la vida de las personas en sociedad. Cada cual puede sacar sus conclusiones.
Más en twitter: @javierfumero
