Javier Fumero

Negacionistas: majaderías en cinco idiomas

Mascarillas.
Mascarillas

Hace bastantes años leí una ácida crítica a la deriva educativa de algunos programas universitarios tan centrados de un tiempo a esta parte en los procedimientos y en la tecnología que olvidaron los contenidos.

En una propuesta formativa de este estilo se potencia la informática, las ingenierías, la administración y dirección de empresas, los idiomas… porque se trata de conseguir una buena posición económica y no hay comparación: esas disciplinas rinden. Por contra, se dejan de lado las humanidades: la historia, la literatura, las filologías, el arte... Eso no suele engordar la cuenta de resultados, no renta, no deja tanto dinero en caja.

Nos va a terminar pasando, se terminaba diciendo en aquel ensayo, lo que reprochaba Miguel de Unamuno a Salvador de Madariaga: “vamos a ser capaces de decir tonterías en cinco idiomas”.

Me venía ahora esta frase a la cabeza ante este curioso fenómeno de los negacionistas. Esas personas que, aprovechando las nuevas plataformas tecnológicas, están llegando a audiencias millonarias proclamando auténticas majaderías.

Me refiero, por ejemplo, al vídeo viral de quien ha denunciado un supuesto engaño durante la tempestad que azotó Madrid porque al acercar un mechero a un bloque de nieve, los copos se teñían de negro y no caía ni una gota de agua. ¿Es plástico? ¿Nos mienten? ¿Todo es una trampa para memos? ¿Un poder oculto nos manipula? No. Es pura y simple ignorancia. El negro es la mancha del hollín que provoca la quema de hidrocarburos y no caen gotas porque el agua pasa de sólido a gas por sublimación. Eso sí. Se trata de una ignorancia con potencial: puede ser proclamada a los cuatro vientos por Tik Tok y hasta en cinco idiomas.

El fenómeno da bastante pena, en general. Contemplar a una chica llamada Marina Yers, con millones de seguidores en las redes sociales, encadenar simplezas para refutar la existencia del coronavirus o el uso de mascarillas para evitar los contagios provoca hasta cierto repelús. Sobre todo porque los lerdos tienen ahora un poderoso megáfono.

La solución más pedestre pasaría por dejar afónicos a los nuevos profetas. No me parece bien. Estoy en contra de la censura, de recortar la libertad de expresión sin que una autoridad competente haya dictaminado que se ha abusado en el uso de ese derecho que tenemos todos a decir lo que pensamos. Por eso estoy en contra de lo que ha hecho Twitter con Donald Trump, por cierto.

Quizás sea hora, sin embargo, de prestar más atención a los contenidos. Quizás nos venga bien admitir que nos hemos equivocado al diseñar el plan de formación de nuestros jóvenes. Todavía estamos a tiempo de enmendar algún error.

Más en twitter: @javierfumero

 
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