Javier Fumero

No voy a comprar

Una señora frente a un escaparate durante el Black Friday
Una señora frente a un escaparate durante el Black Friday

El otro día intenté hacer balance de los duros meses de confinamiento, de ese año y medio de restricciones por la pandemia. Quise reflexionar sobre si, realmente, ese periodo de perplejidad y miedo, de encierro forzado, de shock psicológico, de lejanía de tantas personas queridas, de teletrabajo y ausencia (también de partidos de baloncesto y gimnasio), ha dejado algún poso.

Me salieron algunas reflexiones: desde entonces salgo a caminar con bastante frecuencia, me doy largos paseos semanales; compagino trabajo presencial y a distancia, por lo que estoy más tiempo en casa y utilizo menos el coche; tengo más ganas de ver a gente, de charlar, de compartir tiempo; intento relativizar para dar más importancia a las cosas verdaderamente valiosas (dato: no siempre lo consigo); y estoy gastando menos.

Nunca me he considerado una persona derrochadora, ni mucho menos un comprador compulsivo. Más bien, lo contrario. Intento meditar los gastos y en este campo, suelo evitar los primeros impulsos. En mi “cesta” de Amazon (esa plataforma que tanto facilita la adquisición de productos) suelo tener habitualmente algunos géneros en espera: el tiempo me ayuda a medir la necesidad real.

Así me educaron en casa. Pero, además, con el paso de los años, me he aficionado a realizar comparaciones de precios, a razonar las carencias y buscar la mejor opción. Eso sí: sin caer en paranoias absurdas, como recorrer 30 kilómetros para ahorrar medio euro.

Pues bien. Creo que la pandemia me ha dejado un espíritu de mayor austeridad. Así lo siento. Es como si, tras todo lo vivido, me haya quedado esta lección de fondo: no necesito tantas cosas materiales para ser feliz, ya tienes todo lo que es preciso para vivir en plenitud, no te falta nada esencial, los espejuelos son eso: fuegos fatuos, ilusiones.

Admito que soy un privilegiado y cuento con unas condiciones de vida que otros no tienen. Eso es precisamente lo que quiero decir. Los que tenemos las necesidades básicas razonablemente cubiertas no debemos dedicarle demasiado tiempo a pensar si nos falta alguna pieza para completar el puzle: siempre faltará algo, realmente nunca falta nada.

Por eso los anuncios publicitarios de este Black Friday me han dejado algo aturdido. Dicen los expertos que puede ser una buena ocasión para adelantar compras y ahorrar gastos en los regalos de Navidad. Pero también se escucha decir que hay bastante picaresca en estas rebajas: precios que se suben de forma artificial para que figure una rebaja fake en la etiqueta y ofrecer un descuento ficticio.

En mi caso, ni black, ni friday. El menda se queda en casa. A lo sumo, una larga caminata para ver el nuevo alumbrado navideño.

Más en twitter: @javierfumero

 
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