Javier Fumero

Pa’ la saca

Corrupción
Corrupción

La expresión se ha puesto de moda por el escándalo de las sorprendentes comisiones cobradas por dos empresarios en Madrid aprovechando la extrema necesidad y urgencia que había de material sanitario en el Ayuntamiento durante los primeros días del confinamiento pandémico.

La frase coloquial aparece, de hecho, en el sumario de la investigación que instruye el juez Adolfo Carretero por la presunta comisión de delitos de estafa agravada, falsedad documental y blanqueo de capitales. Estaba incluida en uno de los correos electrónicos que Alfonso Luceño envió a Luis Medina el 30 de marzo de 2020 para comunicarle que se había autorizado la primera transferencia: “pa’ la saca”.

Entre el 31 de marzo y el 23 de abril de 2020, mientras España entera permanecía encerrada en sus casas, aterrorizada por un extraño virus que infectaba y liquidaba ciudadanos a espuertas, los dos empresarios recibieron ocho envíos de dinero desde Malasia por casi seis millones de euros. Era la comisión por la venta de un material que el Consistorio acabó comprando por 11 millones de euros.

Cuando leo estas cosas siempre me acuerdo de un amigo al que le tocó gestionar un cargo público de cierta entidad, manejó presupuestos y decidió el destino de mucho dinero. Su relato sobre esta cuestión de la corrupción, del meter la mano en la caja y del apropiarse del dinero ajeno a través de subterfugios, era todo menos romántico.

Explicaba que la tentación que se siente es muy fuerte y sutil. De hecho, me decía, una cosa es escucharlo o saberlo y otra muy distinta sentirlo en carne propia. Sobre todo, porque habitualmente se suele presentar ante la opinión pública como algo muy obsceno e irreverente. Pero muchas veces no es así. Por ejemplo: ¿y si alguien te ofrece 300.000 euros sólo por no preguntar una cosa? ¿Y si el dinero es a cambio de pasar un expediente del tercer al primer lugar en un montón de legajos?

No es una cantidad descomunal de dinero, pero es suficiente para acabar con una hipoteca asfixiante, unas deudas incómodas o simplemente diseñar un futuro algo más placentero. Y lo que es más importante, en estos casos parece que no se trata de cometer un gran atropello. Uno no está pillando dinero de una caja ajena como un vulgar ladronzuelo. Se trata de no hacer una pregunta o de mover unos papeles de un sitio a otro. Toda esta reala de justificaciones –concluía aquella persona- terminan acompañadas de otras cuatro excusas tremendamente seductoras:

— “Sólo será una vez”.
— “No hago daño a nadie”.
— “Nadie me ve”.
— “Lo hace mucha gente y por una vez me toca a mí”.

La imagen del corrupto atiborrándose de gambas en una marisquería, gastándose la pasta robada en festejos chabacanos y frívolos, petardeando con drogas, fulanas y coches de lujo, es sólo una parte del cuadro. Hay otra forma de corromperse, menos ‘fashion’ pero igualmente dañina, ante la que es preciso estar muy alerta. En la corrupción doméstica se puede empezar mangando folios en la empresa y se acaba desviando fondos a las Islas Caimán. Nadie da el salto de la noche a la mañana. Es un proceso de degradación tan sutil como implacable.

Más en twitter: @javierfumero

 
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