Javier Fumero

Pedro y Pablo inician la batalla por un estado laico

Pedro Sánchez saluda a Pablo Iglesias a su llegada a La Moncloa
Pedro Sánchez saluda a Pablo Iglesias a su llegada a La Moncloa

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias están entusiasmados con el aviso a navegantes que han lanzado con ocasión del acto de homenaje a las víctimas del coronavirus de este jueves: ¡España es un país laico! Se ha tratado, efectivamente, de la primera ceremonia de carácter civil de este tipo en nuestro país.

¿Qué sucede? Muy sencillo. PSOE, Podemos y la socialdemocracia en general atraviesan una crisis de identidad de manual. Se han quedado sin banderas que blandir. “Más Estado, más nacionalizaciones, más impuestos a los bancos y a los ricos, menos libertad de enseñanza, acabar con la austeridad y potenciar el gasto público…”. Les suena ¿verdad? Eslóganes estupendos que tienen un pequeño problema: no funcionan. Si se aplican, los países acaban gripando, colapsan… y los gobernantes salen tarifando del poder en las siguientes elecciones.

De ahí que las izquierdas estén buscando elementos diferenciadores no económicos, de gran carga simbólica, que les permita justificar la permanencia de una larga temporada al frente de un país: una exhumación de Franco por aquí, la aprobación de la eutanasia por allá, la explotación del temor al futuro del planeta (globalización + calentamiento global + cambio climático = agenda ecológica)… y un laicismo feroz.

Pedro y Pablo pretenden modificar la Ley de Libertad Religiosa argumentando que el Estado español no tiene religión oficial. Es decir, debe ser ‘neutral’ en lo religioso. Sin embargo, por más que algunos necesiten gestos electoralistas que llevarse a la boca, los hechos son los que son: no estamos en un estado laico.

España en un Estado aconfesional, que no es lo mismo. No hay religión oficial pero como dice el artículo 16 de la Constitución Española, en su párrafo 3, el Estado está obligado a promover la cooperación con las distintas confesiones religiosas, especialmente con la Iglesia Católica, por ser la mayoritaria en España.

Esto es hoy así, le pese a quien le pese. El que no esté de acuerdo con esto y reclame la desaparición de lo religioso de cualquier ámbito público –algo legítimo, no lo niego- debe promover antes un cambio constitucional. Y como dice desde hace años un buen amigo mío, que se ponga entonces a la cola: los muchachos de Puigdemont, Junqueras, Torra y Urkullu han pedido antes la vez.

Es la utilización de la religión para fines electorales, algo de dudoso gusto y, sobre todo, no exento de riesgos. Porque los españoles pasarán a preguntarse más pronto que tarde: ¿Y qué será lo siguiente? ¿Van a promover la eliminación de las procesiones de Semana Santa? ¿Cancelarán el Rocío? ¿Se quemarán todos los cuadros de temática religiosa del Museo del Prado? ¿Liquidarán las fiestas de Navidad para hablar del solsticio de invierno como intentó Manuela Carmena?

Como bien pronosticó Chesterton aludiendo a esta fiebre laicista de quienes se ofuscan en perseguir creencias ajenas, esto no suele tener un buen final: uno acaba enloquecido derribando esas sencillas empalizadas y vallas que hay junto a los caminos porque están levantadas con travesaños clavados en cruz. “Allí también parecen insinuarse cruces, a por ellas…”.

Más en twitter: @javierfumero

 
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