Javier Fumero

Los peores fanáticos

Foto Política tóxica
Los que clamaban por la tolerancia se han convertido en los peores fanáticos.

A ver si coincide usted conmigo. Estoy viendo proliferar de un tiempo a esta parte algunos tics preocupantes, protagonizados en muchos casos por personas de bien que quizás no se hayan percatado del riesgo que corre la sociedad. Voy a empezar por citar dos ejemplos recientes para ilustrar el tema:

Uno. El pasado viernes entró en vigor en España una Ley de la Eutanasia. Algunos partidos políticos anunciaron su intención de interponer un recurso de inconstitucionalidad. Acto seguido, se escucharon abundantes críticas del siguiente tenor: “¿Ven? A la derecha se le llena la boca pidiendo libertad… ¡y propone ahora cargarse esta ley!”.

Dos. El presidente de Hungría, Viktor Orbán, ha promovido una ley que prohíbe tratar la homosexualidad en las escuelas y donde alude también a los graves problemas de la pornografía y la pedofilia. La Unión Europea ha reaccionado acusándole de atacar “los valores europeos” y el país magiar ha sido invitado a marcharse de la alianza, argumentándose –de nuevo- que han sido profanados principios como la libertad y la tolerancia.

A esto voy, precisamente. ¿Desde cuándo proponer un debate sobre la constitucionalidad de una ley coarta la libertad de quien está a favor de ese reglamento? ¿Dónde queda la libertad de un país de la UE para legislar como considere oportuno si recibe amenazas de ser excluido del grupo? ¿Qué hay detrás de estas reacciones? ¿A qué estamos reduciendo la tolerancia?

Una vez oí decir que el verdadero amor por la libertad se demuestra en la defensa de la libertad de los demás. Eso sí que es una prueba de fuego porque exige retratarse hasta el fondo. Hay que recordar que la tolerancia es la capacidad de aceptar que otro se equivoque, porque llevarse bien con los que piensan como tú no es tolerancia. Tolerar es también idoneidad para sentir respeto y consideración hacia los que no son como yo, incluso una disposición profunda a admitir en los demás una manera de ser y de obrar distinta a la mía, la aceptación de un legítimo pluralismo.

Es verdad que no todo puede ser tolerado. El robo, el maltrato, la violación, el terrorismo, el tráfico de personas, el abuso de menores, la corrupción, la esclavitud… son actos intolerables. En esto coincidimos todos. Pero debemos debatir –si nos dejan, insisto- dónde está la frontera para el resto de cuestiones. Porque tenemos que poder combinar el respeto a la libertad con lo intolerable. Hay que definir claramente cuáles son los límites de lo intolerable porque también es imprescindible dejar espacio a la discrepancia.

A esto me refiero más arriba. Es una tentación convertir las propias convicciones en verdades incontestables. Tentación creciente, por cierto, precisamente entre quienes sostienen a su vez que todo es relativo; que no hay dogmas, ni absolutos morales, es curioso. Pero sigo: es peligroso calificar de legítimo el modo de pensar de uno y crear un cordón sanitario alrededor de cualquiera que se atreva a contradecirlo.

En ese momento ni siquiera se puede proponer un debate sobre estas cuestiones para escuchar los argumentos que tiene el otro, porque no hay nada que escuchar: usted ha sido tachado de heterodoxo. Los disidentes deben ser expulsados, aislados, cuando no directamente aniquilados. Sólo ciertas opiniones y ciertos grupos de opinión se consideran legítimos. Qué peligrosa deriva.

Hace unos 50 años estaba de moda lo “alternativo”. Discrepar estaba bien visto. Oponerse a la cultura dominante se consideraba un valor. Rebelarse contra la guerra, el racismo o el machismo era lo auténtico, lo genuino. ¿Se acuerdan? Hoy, quienes sostenían aquellas posturas han crecido, han logrado importantes avances en aquellas cuestiones (es cierto), pero han pisado moqueta y ahora detestan cualquier alternativa a su propio modo de pensar. Por eso las persiguen a martillazos.

 

Los que clamaban por la tolerancia se han convertido en los peores fanáticos. Cuidado.

Más en twitter: @javierfumero

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