Tres razones para el optimismo: ciencia, compasión y un objetivo común

El pasado viernes, el diario El País entrevistó a Ian Lipkin, el director del Centro de Infección e Inmunidad de la Universidad de Columbia, en los Estados Unidos. El experto mencionó en sus declaraciones esta sugerente tríada de “ciencia, compasión y un objetivo común” en un contexto concreto.

Le habían preguntado sobre el futuro que nos espera cuando pase lo peor de la pandemia, sobre si podremos volver a la normalidad. Lipkin explicó que para volver a una vida medianamente normal necesitaremos alcanzar la “inmunidad de grupo global”, es decir, que entre el 60% y el 80% de la población mundial haya logrado ser inmune. Pero en cualquier caso, añadió, esta crisis sanitaria nos va a dejar un secuela indeleble (como sucedió –dijo- tras el 11-S) porque nos ha mostrado nuestra vulnerabilidad. 

Sin embargo, a continuación, añadió: 

-- “Pero también ha demostrado nuestra capacidad de responder con ciencia, compasión y un objetivo común”.

Efectivamente. A su juicio, que comparto, hay razones para ser optimista utilizando los datos que vamos conociendo. Sin ingenuidad, con los pies bien firmes en el suelo. Me explico:

1. Con ciencia. Es llamativo constatar la sorpresa de los propios científicos al conocer el resultado de las dos primeras vacunas anunciadas, la de Pfizer y la de Moderna. Hasta ahora no cabía en la cabeza de los laboratorios llegar a una vacuna viable antes de dos años. ¡Así se podía deducir de los datos recabados durante todos estos años! Sin embargo, el genio humano ha sido capaz de saltarse las previsiones más empíricas recorriendo un camino nunca antes explorado con éxito: el ARN mensajero. Lo imposible se volvió posible… gracias también a la investigación acumulada, claro está.

O sea, que ojo con las previsiones. El propio Ian Lipkin lo admite en la entrevista: “los datos [de las nuevas vacunas] son asombrosos”, no estaban previstos, nunca antes se habían conseguido. Entiendo que el salto se ha producido por la unión de talento y recursos económicos en una misma dirección. Eso tampoco nunca antes se había conseguido.

Pero a lo que voy: el empirismo radical y los datos fríos pueden obviar –como ya ha sucedido- el genio humano, que es capaz de encontrar soluciones donde no parece haberlas a tenor de la experiencia acumulada. Esto es un motivo fundado, real, para el optimismo sensato.

2. Con compasión. Es probable que esta pandemia no logre calarnos hondo, quizás no llegue a los fundamentos más profundos de nuestro ser. Sin embargo, también estoy con Lipkin en que la huella tampoco será completamente superficial. El impacto del encerramiento forzado, la clara sensación de fragilidad experimentada y la duración en el tiempo de esta incertidumbre pueden provocar que varias generaciones queden marcadas lo suficiente por este suceso. Y algo en esta dirección se comienza a percibir en algunas personas. 

En este orden de cosas, ha quedado extraordinariamente subrayado el valor del otro para cada uno. La felicidad no es individualista. Estar juntos nos hace bien, nos mejora, nos completa. Humano sólo se es en grupo. Es lógico, por tanto, que lo que nos desgaste sea la soledad y el egoísmo y lo que nos renueve sea compartir y dar. Esta lección quizás también ha llegado para quedarse: la compasión merece la pena. Compartir el dolor libera, divide la pena. 

3. Con un objetivo común. Lipkin explica en la entrevista que la lucha contra el Covid ha reforzado la idea de que juntos somos mejores. Este virus “requiere soluciones globales”. Y en ese sentido, añade, “es esperanzador ver que el G20 se compromete con un programa de vacunación global, en lugar de perseguir soluciones nacionales”.

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