Javier Fumero

El silencio de la Reina Sofía

La Reina Sofía
La Reina Sofía

Así como hay discursos huecos, que no dicen nada, también hay silencios atronadores, estrepitosos por su elocuencia. Lo dicen todo. Hay uno especialmente llamativo y que afecta al tiempo tan decisivo que atraviesa la Monarquía española desde hace algunos años.

Son momentos difíciles para la Casa Real, con muchos frentes abiertos. Una cacería en Botsuana, con rotura de cadera incluida, abrió el tarro de las esencias. El caso Corinna pasó a primer plano y comenzaron las acusaciones cruzadas. La imputación de la Infanta Cristina por el caso Nóos fue una auténtica bomba pero la condena y entrada en prisión de Iñaki Urdangarin, la puntilla.

Después, saltaron a la luz cuentas en paraísos fiscales y conductas que podrían haber dado lugar no solo a delitos fiscales relacionados con Don Juan Carlos, sino también de blanqueo de capitales y cohecho. El emérito quedó exculpado porque algunas actuaciones estaban prescritas o no son perseguibles (se cometieron antes de 2014, cuando Juan Carlos I estaba blindado por la inviolabilidad que el artículo 56.3 de la Constitución otorga al jefe de Estado). Y hay actos presuntamente delictivos a partir de 2014 (como donaciones de dinero no declaradas de inicio a la Hacienda española) que han quedado sin reproche penal tras una regularización fiscal presentada por el rey emérito.

Don Juan Carlos pactó su abdicación, abandonó España para instalarse en Abu Dabi como lugar de residencia habitual y dejó a su hijo Felipe VI la difícil tarea de modernizar la institución y recuperar la credibilidad y confianza para la causa. En ello está desde entonces con notable éxito, a mi modo de ver.

En este contexto, digo, me llama la atención el elocuente silencio de la Reina Sofía.

Su mudez comenzó aproximadamente en 2012, cuando don Juan Carlos fue internado en el hospital San José de Madrid para una intervención quirúrgica por aquella fractura triple de cadera que se hizo en un bungalow de Botsuana.

Recuerdo que doña Sofía tardó cuatro días, cuatro, en acudir al centro médico para ver al Rey. Es cierto que la famosa cacería le pilló en Grecia, celebrando la Pascua ortodoxa, pero no cambió su agenda. A sabiendas de que ese gesto, esa tardanza, iba a provocar muchos comentarios.

A la Reina se le entendió todo. Y ella quería que así fuera, que nadie lo dude. Fue como un susurro quieto: “hasta aquí hemos llegado”. Es discreta pero no sumisa.

Diez años después, sigue entre bastidores. Prudente. Abnegada. Sigilosa. Leal. Firme. Ni una palabra más alta que la otra. Ni un desplante público. Ni un reproche de despecho fuera del ámbito familiar donde ha dicho lo que tenía que decir.

 

Este país alguna vez deberá rendir a la Reina el homenaje que se merece. Así lo veo yo.

Más en twitter: @javierfumero

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