Javier Fumero

Los sobrecogedores de Génova 13

Luis Bárcenas
Luis Bárcenas

Luis Bárcenas no es un personaje que me resulte especialmente simpático. Sobre todo, después de aquella peineta grosera y arrogante con la que parecía pregonar al mundo que le traía por una friolera lo que pensáramos de las acusaciones vertidas contra él. Una actitud, por cierto, que no impidió su ingreso en prisión. Eso sí: estos días se está quedando a gusto.

Ya veremos si logra presentar pruebas que sirvan para demostrar sus acusaciones pero, mientras tanto, esparce porquería por la todavía sede del Partido Popular en la calle Génova de Madrid. El ex tesorero insiste en denunciar que allí había varios políticos sobrecogedores.

Esta expresión no es suya sino de Jaime Campmany. El veterano periodista de ABC definió así, años atrás, a esos profesionales complacientes, siempre dispuestos a promover una causa a cambio de un buen puñado de euros no declarados. Los llamaba “sobrecogedores” no porque provocaran ningún sobrecogimiento, decía Campmany, sino porque cogían el sobre con toda naturalidad.

Parece –falta demostrarlo, insisto- que en Génova 13 era práctica habitual este modo de proceder entre bastantes altos cargos del partido. Dinero negro que habría servido para completar sueldos y redondear ingresos. Una obscenidad, otra más, de esta clase política que no ayuda a mejorar la imagen que los españoles tienen de sus gobernantes.

No es una buena noticia. Ningún caso de corrupción lo es. Desmerece, en primer lugar, el trabajo abnegado y generoso de tantos diputados y concejales de este país. Pero además, genera una desconfianza que puede terminar erosionando el propio sistema. Pasan los años y el mensaje va calando. Hasta que parece natural lo de aquel chiste sobre un matrimonio de extranjeros que llega a Madrid para hacer turismo y se dirige a la zona del Museo Thyssen-Bornemisza, en el Paseo del Prado.

A la salida, satisfechos, deciden poner rumbo al Hotel Palace y comienzan a subir por la Carrera de San Jerónimo pero por la acera de enfrente al Congreso de los Diputados. Sin embargo, al llegar a la altura de la Cámara Baja, se detienen asustados por las voces que escuchan en su interior:

-- ¡Ladrón! ¡Corrupto! ¡Ratero! ¡Delincuente! ¡Bandido! ¡Estafador!

La perplejidad de la pareja es tal, que deciden acercarse al ujier que permanecía en la puerta, junto a los leones, impertérrito, sin perder la compostura y mirando al infinito.

--Oiga, ¿pasa algo ahí dentro?

 

--No, no. No se preocupen señores –les advirtió como si tal cosa. Es únicamente que están pasando lista.

Es gracioso… pero no hace ninguna gracia. La justicia debe actuar y depurar responsabilidades. Hay mucho en juego. Si no ponemos remedio de inmediato a tanta ignominia, insisto, el riesgo es que salte por los aires toda la estructura. Y ese es el caldo de cultivo del que emergen los dictadores, los fanáticos y los iluminados. Los sobrecogedores profesionales, vamos.

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