Javier Fumero

Yo sobreviví a una pandemia, dígalo

Mascarillas quirúrgicas
Mascarillas quirúrgicas

Pasarán los años y –no tengo ninguna duda- miraremos para atrás todavía estupefactos y conmovidos por aquella crisis sanitaria mundial tan singular que vivimos en primera persona. Lo digo porque pasan los meses y hay cosas que uno no acaba de digerir, sinónimo entiendo de la anomalía que supone. Y de la huella, por tanto, que va a dejar en nuestra existencia.

Voy a poner un ejemplo muy concreto, aunque cada uno tendrá el suyo. Yo no me logro acostumbrar a salir a la calle y vernos cubiertos por una mascarilla. No hay modo. Por más que pasan las semanas, me sigue llamando la atención. Es cierto que alguna vez nos llegaban imágenes –del sudeste asiático, normalmente- de personas con rasgos orientales protegiéndose de la contaminación. Pero aquello era como quien oye llover. Qué raros son estos chinos.

Qué distinto es cruzarte, jornada tras jornada, con iguales que llevan cubierto el rostro desde el cuello hasta los ojos. Me impacta porque ahora uno se percata de cuánto comunica el individuo a través de la cara. Los gestos del semblante ofrecen mucha información. Diría incluso que forman parte esencial de la relación humana.

Si uno quiere saber el estado de ánimo de otra persona cuenta muchas veces con esas claves. Porque ni es educado siempre estar interrogando a otro sobre ello, ni el otro está siempre dispuesto a entrar al fondo del asunto. Pero uno, observando sus rasgos, puede con prudencia hacerse cargo de algunas cosas.

También nos hemos acostumbrado a no verbalizarlo todo. Basta con una sonrisa, con un rictus de seriedad o asombro para transmitir, sin palabras, para ofrecer nuestra percepción ante lo que nos acaban de contar, explicar o preguntar. A veces esa es la mejor respuesta.

Pues bien. Eso ahora, por la calle, con personas no convivientes, se acabó. Los tapabocas eliminan de golpe todas esas pistas y coordenadas con las que contábamos para relacionarnos mejor. Ahora vamos un poco más cegados que antes.

Podríamos hablar de otros rasgos tan característicos de esta pandemia, como esa mayor sensación de finitud –mezcla de vulnerabilidad e incertidumbre- que todo lo impregna; de la distancia social (echamos de menos tantos besos y abrazos); de la melancolía por esos restaurantes, gimnasios, cines, pistas deportivas o tiendas que hemos dejado de frecuentar; del impacto de la mayor presencia física de todos en casas y hogares... Pero yo me quedo con esta distorsión que genera la mascarilla en nuestro interactuar diario.

Por todo lo anterior, pasarán los años y recordaremos esta etapa como algo insólito, asombroso y tremendo. No me cabe ninguna duda.

Más en twitter: @javierfumero

 
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