Javier Fumero

Tapabocas

Hay que felicitarse por el fin de las mascarillas. Ilustración: Álvaro Sánchez León.
Hay que felicitarse por el fin de las mascarillas. Ilustración: Álvaro Sánchez León.

Se acabaron las mascarillas al aire libre. Menudo alivio. Lo dije desde el principio: dejando a un lado los cierres perimetrales y los días del confinamiento más estricto (¡qué pesadilla!), el uso obligatorio de la mascarilla en calles y lugares cerrados ha sido de las disposiciones más duras que hemos tenido que vivir durante esta terrible pandemia.

Un año entero –que se dice pronto-, hemos estado alejados de nuestros seres queridos, de tantas personas que suponen un complemento para nosotros, que nos enriquecen. Pues bien. Cuando acudíamos a verlos de nuevo, tras tantos meses de separación, debíamos ir a su encuentro con ese objeto en el rostro que limita tantísimo nuestra expresividad. Resulta hasta inhumano.

La comunicación no verbal es parte importante de nuestro modo de relacionarnos con los demás. Muchas veces expresamos sentimientos, nos hacemos entender, buscamos complicidades, pedimos ayuda, descubrimos necesidades, interpretamos el sentido de las cosas… sin emitir una sola palabra. Sólo con analizar un gesto o captar un detalle de la cara. Todo eso quedó en nada con esos tapabocas que además nos recuerdan, a cada minuto, la tragedia en la que estamos inmersos.

Me parece que parte importante de la responsabilidad en esta “fatiga pandémica” que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha certificado como una nueva dolencia provocada por la crisis sanitaria del Covid-19 la tienen las mascarillas. La gente está exhausta, al límite de sus fuerzas. Porque este virus traidor que provoca fiebre, tos y, en algunos casos, neumonía, dificultad para respirar y falta de aire, fallo pulmonar, choque séptico, colapso orgánico y riesgo de muerte, también genera agotamiento mental.

La distancia social, el confinamiento, la soledad, la prohibición de realizar viajes, la incertidumbre económica, las dudas sobre el futuro, esa sensación general de fragilidad… son elementos que han contribuido de forma evidente a este cansancio generalizado. Pero los tapabocas han puesto ahí su granito de arena.

Por si esto fuera poco, el Gobierno no ha manejado con mucha mano izquierda esta materia. Todavía recuerdo cuando el pasado mes de abril se anunció la aprobación de una ley que obligaba al uso de la mascarilla también en montes y playas, hubiera o no distancia de seguridad. Fue una chapuza en toda regla. Tanto que, a las pocas horas, el Ejecutivo tuvo que recular.

Por todo esto, ahora hay que felicitarse por el fin de esta limitación. Esperemos que sea por mucho tiempo. ¡Vivan las vacunas!

Más en twitter: @javierfumero

 
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