Javier Fumero

Estamos tardando en homenajear a los héroes más abnegados

La semana pasada sucedió lo que, hasta hace un puñado años, parecía imposible: ETA dijo adiós a la lucha armada. Es un hecho histórico, de gran relevancia, sólo empeñada por el tibio mensaje de los asesinos a las víctimas.

Sin embargo, la triste puesta en escena no puede ocultar el gran logro alcanzado. Los pistoleros se rinden. Se acabó la espiral de violencia y muerte que sembró el terror durante décadas en tantas familias inocentes.

En este proceso ha sido clave el abnegado trabajo de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. No sé qué pensarán ustedes pero a mí me admira especialmente esa dedicación oscura y discreta de tantos agentes, guardias, inspectores y patrullas que se entregaron en cuerpo y alma a la causa antiterrorista.

No conocemos al detalle el grado de sacrificio que ha supuesto para muchos de ellos esta misión. Pero, en algunos casos, se entrevé una aplicación sin parangón, que resulta… hasta un poco incomprensible.

De ahí, la admiración que suelen despertar en mi esas personas que se acostumbraron a vivir junto a las bombas lapa, el tiro en la nuca, el secuestro en zulos, las ollas cargadas de metralla, los lanzagranadas frente a los acuartelamientos, el Tytadine, el amonal, la pentrita, la cloratita y el cordón detonante, las troqueladoras de matrícula, los 9 milímetros Parabellum...

Pero a mi juicio, los héroes indiscutibles de este proceso han sido los infiltrados. Me refiero, principalmente, a quienes han dedicado su vida como guardias y agentes de campo que abandonaron su identidad para colarse en la propia estructura de ETA.

No lo hicieron por dinero porque sacrificaron bienes inmateriales que jamás les podrán ser devueltos: el legítimo derecho a una vida privada, a una familia, a un futuro normal y corriente… Corrieron un riesgo sin parangón, siempre expuestos a ser descubiertos y sufrir indecibles torturas por su osadía. Y lo hicieron por servir a un país que, insisto, difícilmente iba a estar en condiciones de devolverles ni siquiera una pequeña parte de lo que nos dieron.

Llegará el momento, digo yo, de tributar a esas personas el homenaje que se merecen. ¿No les parece?

Más en twitter: @javierfumero

 
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