Ver cómo Ciudadanos se descascarilla

No se considera de buen gusto hacer leña del árbol caído o asistir a la muerte retransmitida en directo de lo que sea: persona, animal, organización o cosa. Sólo los morbosos o muy cínicos pueden disfrutar con los últimos estertores de lo que sea, obviando que cualquiera, mañana, puede estar en ese trance y suele reclamar para sí al menos compasión.

Digo esto a cuenta del calvario que empieza a pasar Ciudadanos, ese partido político que estaba llamado a ocupar el centro político nacional y a ejercer de útil bisagra con la que podrían contar los dos grandes partidos para gobernar sin extremismos. Vaya decepción. Albert Rivera tocó el cielo, pero se equivocó. Y su sucesora, Inés Arrimada, no ha tenido el cuajo suficiente para resucitar al muerto.

Por eso, digo, asistimos estos días a eso tan desagradable y repugnante por naturaleza como la muerte en directo de un enfermo terminal. Lo de Madrid ha sido especialmente esperpéntico, con Begoña Villacís cometiendo la torpeza de admitir, en horario de máxima audiencia, el dilema sobre si pasarse al PP o continuar en el barco naranja. Eso se hace o no se hace, pero no se cacarean las dudas en público ni se deja un milímetro a la especulación. En caso contrario, uno queda tocado y semi hundido, como se ha visto.

Ahora el guirigay que hay montado en el Ayuntamiento de la capital es de aúpa. Esta semana ha explotado todo. Villacís se ha quedado colgada de la brocha con sólo cuatro concejales a su lado de los diez que consiguieron representación. Los otros seis han hecho mutis por el foro y existe un clamor general que habla de un desembarco de todos ellos, con armas y bagajes, en el PP.

El triste declinar de Ciudadanos, insisto, uno lo ve con pena. A España le hubiera venido muy bien una formación política centrada, razonable y sensata, que hubiera dejado fuera de la ecuación de gobierno a los independentistas y radicales. Nos hubiéramos ahorrado mucho daño y mucho bochorno. Qué le vamos a hacer.

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