Javier Fumero

Vladimir Puigdemont

El expresidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, durante su visita a Perpignan (Francia) el 29 de febrero de 2020
El expresidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, durante su visita a Perpignan (Francia) el 29 de febrero de 2020

No salgo de mi asombro con las tragaderas de la sociedad catalana. Se entenderá mejor lo que quiero decir con un ejemplo. ¿Se imaginan empezara a circular una foto de Alberto Núñez Feijóo pasteleando con Vladimir Putin hace unos meses subido, por poner un caso, a un yate matriculado en Moscú? Se montaría el circo de cuatro pistas: peticiones de dimisión, de disculpas públicas, su expulsión de España por deshonor… Se montaría hasta una pira funeraria.

Pues bien. El ex presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, no se limitó a una fotito. Días antes de la famosa Declaración Unilateral de Independencia (octubre de 2017) Puigdemont se reunió con representantes del gobierno ruso y recibió dos ofertas: dinero en criptomonedas para financiar la ruptura con España y la llegada de 100.000 soldados rusos si Cataluña los necesitaba.

Ya saben ustedes que a Rusia el tema catalán le interesó siempre mucho. Dividir a Europa es uno de sus objetivos y crear enfrentamiento en España supone debilitar toda la Unión. Se ha dicho que Puigdemont se tomó la oferta como “una broma de mal gusto” pero hay varios datos que no casan con esta versión. Hubo dos reuniones, dos. Si se percató de algo inconveniente, ¿por qué se reunión dos veces con los emisarios del Kremlin? Otro dato: un representante de la Generalitat (Víctor Terradellas, ex secretario de Exteriores de Convergència) viajó un año después a Rusia. ¿Pero no quedamos en que todo era una broma?

Pero insisto. Lo que más me asombra de esta información que se acaba de conocer en sede judicial es comprobar que no provocan el más mínimo estupor en la sociedad civil catalana. No escuchas una voz más alta que otra. Todo bien. Sigan, sigan. Que continúe el juego.

Es la confirmación de aquella sentencia que viene a decir que los pecados de los míos son menos graves que los del enemigo, simplemente por esa afinidad personal. Curiosa indulgencia ideológica.

Más en twitter: @javierfumero

 
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