Javier Fumero

Yo quiero un Rey

Sus Majestades los Reyes durante el minuto de silencio por las víctimas del coronavirus en España
Sus Majestades los Reyes y sus hijas durante el minuto de silencio por las víctimas del coronavirus en España

Se ha abierto estos días un intenso debate sobre la Monarquía, sobre su legitimidad, su función y su utilidad. ¿El motivo? Seguro que no es ajena al caso la polémica relacionada con las actividades pasadas del Rey emérito Juan Carlos I y esos dineros cedidos graciosamente a una tal Corinna Larsen.

Por lo pronto, me parece muy bien que se reflexione sobre este tema. No hay que tenerle miedo a la controversia. ¿Hacemos bien teniendo un Rey? ¿Le conviene a España? ¿Es mejor una república o una monarquía?

Lo primero que hay que decir es que la legitimidad de la actual figura está fuera de toda duda. Por más que Pablo Iglesias se desgañite exigiendo un plebiscito porque él no ha votado a su majestad, la monarquía parlamentaria fue aprobada en un referéndum constitucional que votaron nuestros padres. Argumentar que algo puede ser ilegítimo porque yo no lo voté es ridículo. Por esa regla de tres alguien podría impugnar mañana el estado autonómico alegando que tampoco él ha sido cuestionado sobre el tema. El que quiera modificar algún punto de la Carta Magna que logre el consenso necesario y lo haga.

Pero hay otro dato relevante: elección tras elección desde hace cuarenta años, los españoles eligen con su voto a una mayoría parlamentaria de partidos que defienden la monarquía. De ahí que se pueda decir que en cada proceso electoral, convocados al menos cada cuatro años, se legitima de forma abrumadora la figura del Rey. Si los españoles quisieran una república, votarían mayoritariamente a partidos republicanos. Si no es así…

Dicho eso, el Rey que nos hemos dado los españoles es un monarca que ejerce la función de un jefe de Estado siempre bajo el control del poder legislativo y del ejecutivo. Es un rey que reina pero no gobierna. Sus poderes están limitados, sí, pero desempeña una importante misión: estar por encima de las ideologías, situado en medio del tablero, y actuar, desde esa neutralidad, como un elemento de unidad, estabilidad y cohesión. Es muy relevante este papel y muy pocos países se pueden jactar de tener una figura así.

Precisamente este perfil integrador, sumado a su carácter de elemento permanente (cambian los gobiernos y las ideologías pero él permanece) dota al Rey de un prestigio especialmente clave fuera de España. Nuestro país se beneficia mucho de esto. Es un valor. Felipe VI es recibido en ocasiones por mandatarios que no están dispuestos a sentarse a negociar en ese momento con dirigentes políticos españoles. Esa labor de puente le conviene mucho a España para recomponer relaciones o lograr acceso puntual a determinadas administraciones. También parece difícil pensar en que se podría lograr algo semejante en un república con jefes de Estado marcados por su adscripción política pasada.

Pero hay más. En su día seguí bastante de cerca la boda de Felipe y Letizia. Se habló mucho del coste de aquel evento y se ha vuelto a hablar ahora por la luna de miel de los entonces Príncipes. Una majadería. Aquel acontecimiento fue seguido por más de mil millones de personas de todo el mundo que presenciaron por televisión el enlace real. La Cámara de Comercio de Madrid realizó por aquellas fechas un detallado estudio sobre las consecuencias económicas que la boda supondría para la economía madrileña: se equiparó al impacto que tuvo para Barcelona la Olimpiada, y para Sevilla la EXPO de 1992. El coste de lo que hubiera costado una campaña de ese nivel y alcance se cifró hace diecisiete años en 1.000 millones de euros, frente a los 20 que costó el enlace.

No es difícil entender que algo así sería muy difícil de conseguir por un jefe de estado como el que tienen las principales repúblicas de nuestro entorno: Francia, Portugal, Italia, Alemania… Le pongo un ejemplo. ¿Sabe usted quién es Frank-Walter Steinmeier? Es el presidente de la República Federal de Alemania, político socialdemócrata que ejerce allí las funciones de jefe del Estado desde el 18 de marzo de 2017. Pues eso.

Insisto. Para un país como España, tan dependiente del turismo, resulta especialmente importante tener una buena imagen en el exterior. Eso se traduce, al fin y al cabo, en un beneficio económico para el país. A ello contribuye el Rey, la mejor ‘tarjeta de visita’ del made in Spain por el extranjero. La clase política, económica y empresarial de muchos países tiene un buen concepto de Felipe VI, lo buscan y no pocas veces logra sinergias muy importantes para nuestros intereses.

 

Eso sí. Para que todo lo dicho hasta aquí pueda funcionar, hay un elemento esencial: la ejemplaridad. Felipe VI en esto parece no ofrecer duda. Todo lo contrario. De ahí el interés que ha demostrado en marcar distancias con su padre Juan Carlos I y su cuñado Iñaki Urdangarín. Si las cosas siguen por este camino, parecen muchas las ventajas de una monarquía parlamentaria. Ver estos días a Felipe VI junto a la Reina Letizia recorrer España para llevar un poco de aliento y esperanza a los ciudadanos que han sufrido de un modo u otro la pandemia reconforta y ayuda. Por eso digo que, visto lo visto, yo quiero un Rey.

Más en twitter: @javierfumero

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