José Apezarena

Cataluña no es Flandes y Rajoy no desea ser el duque de Alba

Es bien conocido que en los Países Bajos la figura más temida por los niños es el duque de Alba. Y que, cuando se quiere meter miedo a los pequeños, si en España se invoca al “coco” o al “hombre del saco”, en aquella tierra se les amenaza diciendo. “¡Que viene el duque de Alba!”.

Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, tercer duque de Alba, dejó amarga memoria en los Países Bajos, entonces bajo la Corona española, porque, a encargo de Carlos V, reprimió con enorme dureza a los rebeldes que en aquellas tierras se resistían a aceptar la soberanía del emperador. Protestantes y católicos, por cierto.

Cataluña ha visto su autonomía intervenida, bloqueada, cuasi suspendida, en aplicación del artículo 155 de nuestra Carta Magna, a causa de la rebelión-sedición protagonizada por unos cuantos independentistas incoherentes y suicidas, que han arrastrado tras de sí, con engaños, a una importante porción de los ciudadanos.

Ahora, allí las cosas se están haciendo, a propósito, con un enorme cuidado. El objetivo es no exacerbar aún más los ánimos. Se busca no ahondar, de forma gratuita, heridas y resentimientos.

El problema es dónde encontrar el justo medio. Es decir, no pasarse, lógicamente, porque además no hace falta, pero tampoco quedarse corto.

Por ejemplo, muy pocos entendieron que, tras la destitución de Trapero, quien asumiera el mando de los Mossos d’Esquadra fuera precisamente su número dos, Ferrán López, sospechoso, como toda la cúpula, de connivencia con el independentismo, y alguien corresponsable de los fiascos ocurridos con los incidentes ante la consejería de Economía, en el inexistente despliegue del 1 de octubre para impedir el referéndum, etc.

Un nuevo jefe de la policía autonómica que algo tendrá que explicar también sobre el comportamiento de sus hombres el miércoles, en la huelga que bloqueó autopistas y estaciones de tren sin que los Mossos hicieran prácticamente nada. Numerosos incidentes, actuaciones violentas, obstáculos a la circulación y a la libertad de trabajo… y ni un solo detenido. Ni uno.

Esa policía autonómica que, por lo visto, se encargará de cuidar el proceso electoral del 21 de diciembre. Dice el ministro del Interior que quitarle esa competencia estatutaria “sería un escándalo”. Como si la aprobación del artículo 155 no hubiera sido un escándalo mucho mayor.

Algo semejante ha ocurrido en el caso de la televisión autonómica, donde, no solamente no ha existido una intervención del Estado, sino que apenas se ha producido ningún cambio: sigue campando a su aire, en la misma línea de airear las posiciones y tesis del independentismo, de azuzar los resentimientos, de movilizar y sacar a la calle a la gente y de magnificar las protestas.

 

Desde el Gobierno se argumentó que con TV3 no hacía falta tomar medida alguna porque, al haberse convocado unas elecciones para el 21 de diciembre, y tratarse de una televisión pública, quedaba automáticamente bajo el control de la Junta Electoral. Nada de eso es verdad. O no lo sabían, lo cual constituye una enorme torpeza, o han engañado, lo cual es mucho menos tolerable.

La explicación, repito es que el Gobierno quiere comportarse en Cataluña, deliberadamente, con un cuidado exquisito.

Tanto que, por ejemplo, la “presidenta”, Soraya Sáenz de Santamaría, hasta ha evitado presentarse allí, en contraste con el gran número de veces que había acudido a Barcelona estos últimos meses, tras recibir de Rajoy el encargo de pastorear la crisis catalana.

En este tiempo no ha viajado allá. Y, por supuesto, ha evitado personarse en la sede de la Generalitat. Y mucho más aún ha descartado sentarse en el despacho que hasta ahora ocupaba el huido Puigdemont.

Van a tener que personarse allí algunos ministros en los próximos días, por motivos burocráticos y de firma, pero procurarán que, a ser posible, ni se les vea.

Parece razonable el objetivo de no excitar en vano el malestar general, aplicando medidas desproporcionadas o causando daños innecesarios. Pero no se entiende que segmentos tan sensibles como la policía y la televisión autonómica, entre otros aspectos, sigan prácticamente como antes. Y son muchos los españoles que se están dado cuenta, no sin desconcierto, de lo que se viene aplicando.

El artículo 155 ha sido aprobado y se encuentra en vigor. Si se consideraba que era necesario, la lógica dice que hay que ser consecuente a todos los niveles. Una vez puesto en marcha, resultaría absurdo ahora hacerse “perdonar” por haberlo esgrimido, rebajando para ello las prevenciones que habría que tomar.

Si Rajoy cree que, minimizando las decisiones, y hasta disimulando lo ocurrido como si no hubiera pasado nada, le van a perdonar los catalanes independentistas, está muy equivocado.

Si piensa que su imagen puede salvarse, por la vía de dedicarse ahora a contemporizar, comete un error. Seguramente, allí no pasará a la historia como un nuevo duque de Alba, porque no tiene nada que ver una cosa con otra, pero que tampoco crea que se olvidarán de él y de lo que ha ocurrido con Cataluña siendo él presidente del Gobierno.

No le perdonarán. Ni se lo perdonarán al Gobierno ni a España. Cosa, por otro lado, bastante previsible. Son cosas que van en el sueldo.

editor@elconfidencialdigital.com

En Twitter @JoseApezarena

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