Tocata y fuga de Esperanza Aguirre
La actuación de Esperanza Aguirre, en el incidente con la policía municipal de Madrid y durante las horas inmediatas, pone en cuestión su fama de política avezada y de persona con fuerte instinto político. En este caso no lo ha demostrado, ni mucho menos.
A propósito de tal suceso, la ex presidenta madrileña, y todavía presidenta del PP de Madrid, ha protagonizado una interminable suma de errores continuados, a cual más increíble.
Si ya aparcar en el carril bus-taxi de la Gran Vía, a esas horas críticas, constituye un atrevimiento inexplicable, que a pocos se le ocurriría intentar, lo que vino después se convirtió en una suma de despropósitos.
Puede ser cierto que, por una simple multa por estacionamiento indebido, no es imprescindible exigir la documentación completa. Puede ocurrir que haya personas que en cuanto les dan una placa de autoridad se crean poco menos que el Guerrero del Antifaz y se pasen en sus actuaciones. Posiblemente seis agentes de movilidad congregados en torno al coche de la presidenta eran demasiados. Y tal vez tardaron demasiado tiempo en cumplir los trámites de denuncia. Puede ser.
Si todo eso hubiera ocurrido así, Esperanza Aguirre tenía que haberse aguantado. Sin más. Sin comentarios de “bronquita o multita”, sin expresar si tenía prisa o no, o si iba a una obra de caridad. Y si, una vez cumplidas todas las diligencias, creía que alguien se había excedido en su funciones, solicitar educadamente a los agentes el número de placa y, en su caso, plantear después una queja posterior pidiendo reclamaciones. Y ya está.
Sobraba lo de subirse al coche y ponerlo en marcha, mucho más cuando uno de los agentes intentó que parara, con sus manos puestas en el cristal delantero. Sobró el derribo de la motocicleta. En ese momento, tenía que haberse detenido. Sobró la carrera hacia su domicilio, desoyendo las indicaciones de los policías municipales que le seguían por la calle ordenándole que se detuviera.
Sobró, por supuesto, la gestión de los agentes de la Guardia Civil que custodian su domicilio en la línea de buscar con los municipales un ‘parte amistoso”.
Pero es que no acabó ahí el incidente. En lugar de caer en la cuenta de que había metido la pata, y de rectificar pidiendo perdón por lo ocurrido, Aguirre entró en una dinámica de atropelladas e irreflexivas declaraciones aquí y allí, en todo tipo de medios.
No sólo no lamentó lo ocurrido, sino que implementó el problema con sus acusaciones a los agentes de movilidad (“de inmovilidad” los llamó), diciendo que estaban “buscando la foto”, y hasta acusándoles de machismo (el colmo). O presumir de que iba en su coche privado y no en el vehículo oficial a que tenía derecho. Y hasta apuntó que se iba a querellar por “retención ilegal”.
Cierto es que, en Madrid, los agentes de movilidad no son precisamente los personajes más populares. No se han ganado la simpatía de los ciudadanos. Pero, si Esperanza Aguirre imaginó en algún momento que, por eso, su táctica de arremeter contra ellos iba a recibir la solidaridad de los madrileños, se equivocó de medio a medio.
Compareció en los medios de manera atropellada, sin dejar hablar cuando le llevaban la contraria, sin permitir que le preguntaran con normalidad, insistiendo en la acusación y la excusa, en lugar de reconocer que se había equivocado.
Por si fuera poco, hasta se permitió colgar el teléfono, por dos veces, cuando le entrevistaban en Las Mañanas de Cuatro. Además de acusar al conductor del programa.
Que la cosa no es un incidente menor, sino que va a traer consecuencias políticas de gran calado, lo muestran la declaraciones inmediatas de la alcaldesa, Ana Botella, diciendo que “la justicia es igual para todos”. Corroborado poco después por la vicepresidenta del Gobierno.
Nada va a ser igual para Esperanza Aguirre a partir de aquí. Si se mantiene en sus trece, ahondará su propio problema. Y, si ahora quiere rectificar, aunque lo intente seguramente ya va ser demasiado tarde. Su futuro político ha quedado seriamente en entredicho.
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