José Apezarena

Adiós, Inés Arrimadas

Albert Rivera e Inés Arrimadas
Albert Rivera e Inés Arrimadas

“A Inés Arrimadas se le está poniendo cara de Rosa Díez”.

Con esa sencilla frase, aparentemente ingenua pero que oculta una carga de profundidad, resumía un viejo amigo la situación de Ciudadanos. Y más concretamente de su presidenta.

El penoso espectáculo que ha dado Ciudadanos en Murcia no se había conocido antes. Un partido decide dar la campanada, rompe el pacto de gobierno, se alía con la oposición socialista para provocar un cambio de presidencia, anuncia la presentación de una moción de censura, y al día siguiente varios de sus diputados dan marcha atrás y abortan la iniciativa. Peor imposible.

Y, con ese movimiento finalmente fallido provocó, de rebote, la disolución anticipada de la Asamblea de Madrid y convocatoria de unas elecciones en las que, según las encuestas, el partido quedará fuera de la Asamblea, sin representación alguna, porque no superará el mínimo del 5% de los votos.

Pero, ¿cómo podía suponer Arrimadas que, ante la traición de Murcia, el PP no reaccionaría en Madrid adelantando las elecciones? Ciudadanos se acababa de convertir definitivamente en una formación no fiable, y era de imaginar que los populares tomarían las medidas necesarias.

El problema es que Ciudadanos lleva tiempo convertido en un partido zombi. Primero, la fuga de Albert Rivera, que provocó que quienes lo promovieron, y hasta financiaron, se quitaran de en medio. Después, una cadena de abandonos de personajes relativamente conocidos. A continuación, fracaso tras fracaso en las convocatorias electorales que se han ido celebrando.

Vinieron después las dudas ideológicas y tácticas, las idas y venidas sobre si asociarse o no con Pedro Sánchez, si apoyarle o no. Y, finalmente, el descalabro en Cataluña.

El desastre de Ciudadanos en las elecciones catalanas puede considerarse el punto de no retorno para un proyecto que en su día pareció una esperanza.

El partido cometió el grave error de abandonar su lugar natural, donde llegó a ganar las elecciones regionales, para trasplantarse a Madrid, con lo que perdió su propia tierra y no ha conseguido arraigar a nivel nacional.

 

La realidad es que Ciudadanos nunca ha llegado a ser una formación cohesionada. Se configuró como un partido de aluvión, que no tenía militancia ni cuadros porque estaba empezando, que no tuvo paciencia para ir construyendo, y cometió el error de acoger en su seno a fracasados, desarraigados y hasta traidores de otros partidos.

Mientras continuó la figura del fundador se observó alguna disciplina interna, pero su salida abrió la brecha de las divisiones y las discrepancias, que Inés Arrimadas no ha sido capaz de cerrar. Sino todo lo contrario. Y lo va a pagar muy caro. Seguramente es su final como líder política.

Se ha vuelto a demostrar, una vez más, que no resulta tan sencillo crear de la nada una fuerza política, mientras que las viejas marcas, por veteranía y por historia, por  implantación geográfica y por cuadros, siguen aguantando. En ese sentido, ya veremos también en qué queda el experimento Podemos.

Y Pablo Casado se ha vuelto a salvar en el último minuto. Se ha librado, al menos por ahora, de lo que parecía una sucesión de descalabros por el cambio de chaqueta de Ciudadanos, que conducía a la pérdida del poder en Murcia, pero también, como fichas de un dominó, Madrid, Castilla y León, Andalucía…

Suele decirse que, para triunfar en política, hace falta tener suerte. Y que sin ese requisito resulta un imposible. Aunque sea por los pelos, Casado ha vuelto a salvarse.

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