José Apezarena

Colas, colas y más colas en España

Larga cola de pacientes para acceder a un Centro de Salud.
Larga cola de pacientes para acceder a un Centro de Salud

Las colas constituyen un procedimiento social practicado todavía en algunos países del Este que han sufrido las penalidades de esas economías centralizadas y fracasadas que les trajeron carestía y hambre durante años.

Se dice que llegaron a ser tan habituales que los residentes de esos países, en cuanto veían a un grupo de personas esperando, se colocaban automáticamente, incluso antes de conocer para qué se habían congregado los anteriores. Ese mecanismo ha desarrollado hábitos como la paciencia, aunque el riesgo es que acabe fomentado el gregarismo.

En España ha habido también colas. Por ejemplo, durante la postguerra, cuando faltaron productos básicos y se recurrió al racionamiento y a los cupones.

Bueno, pues España se ha llenado de colas.

Están las que se forman a las puertas de los establecimientos (farmacias, sucursales bancarias…) en aplicación de las medidas anti Covid, la famosa distancia social. Suelen ser cortas y se disuelven con rapidez.

Más preocupan las colas del hambre, que se desataron durante la pandemia pero que todavía se mantienen. Se calcula que alimentan a millón y medio de familias. En Madrid, 190.000 madrileños, una población similar a Santander, Pamplona o Almería, todavía dependen del Banco de Alimentos y de las asociaciones de los barrios para sobrevivir

Pero quiero detenerme especialmente en unas colas de las que se habla menos y que son tan numerosas o más que las del hambre: las colas que se forman todos los días, y casi a todas horas, ante los centros de salud, los centros de atención primaria. Desde luego, en Madrid.

No me refiero a las que se están formando ahora para vacunarse de gripe, que en el caso de los mayores coincide con la tercera dosis de la vacuna anti Covid, y que están medianamente organizadas. Hablo de las colas que podríamos llamar ‘normales’, las de cada día, las de todos los días, a las puertas de los centros de salud.

Se trata de una realidad degradante, incluso lamentable, porque en muchos casos quienes las integran son personas mayores, enfermas o al borde de la enfermedad, que buscan una cita para ver al médico, al enfermero…

 

A la puerta de los centros suele haber una persona que intenta racionalizar y organizar los accesos, que pregunta a unos y a otros cuáles son sus intereses o necesidades, y les dirige a una u otra parte.

Todo ello, por supuesto, en la calle, al aire libre, algo que, a medida que entra el invierno, empieza a convertirse en una auténtica amenaza para la salud. Y duran periodos que pueden extenderse durante una hora.

Como la cita electrónica, tan cacareada por las administraciones, no funciona, el único procedimiento es personarse a la puerta del centro de salud, hacer cola, y finalmente acercarse a la ventanilla para formalizar la petición correspondiente.

Eso se llama maltrato al ciudadano y al asegurado. Que son sobre todo personas mayores y enfermas en búsqueda de alivio y socorro sanitario.

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