José Apezarena

Cómo destrozar España

Clase de Secundaria.
Clase de Secundaria.

Tengo que confesar que me asombra este país nuestro, llamado España, viendo cómo se deja destrozar sin el menor gesto, sin inmutarse, como si no ocurriera nada, cuando, desde hace tiempo, lo están desmantelando, rompiendo sus costuras acá y allá.

Saco a colación esto a propósito de la última ocurrencia destructiva, como es eliminar la necesidad de aprobar exámenes para pasar de un curso a otro. Que seguramente es la penúltima insensatez, porque estoy seguro de que ya habrán ideado una nueva, que se anunciará muy pronto.

Ocurre que el ministerio de Educación ha decidido eliminar en la ESO (de 12 a 16 años) los exámenes de recuperación, que antes se celebraban en septiembre y ahora se realizaban mayoritariamente a finales de junio.

Con esa medida, el hecho de suspender una o más asignaturas no tendrá ninguna relevancia. Los estudiantes pasarán de curso automáticamente, al margen de calificaciones positivas o negativas, y de cuántas materias se haya, por así decirlo, suspendido.

¿Qué mensaje se está lanzando a la población estudiantil en la etapa obligaría? Pues que da igual que se esfuercen o no, que se tomen o no en serio las asignaturas, que aprendan o no, porque pueden ir transitando de un curso al siguiente sin el menor obstáculo.

Reciben el mensaje de que es igual aprobar que no aprobar, estudiar que no estudiar. Y por tanto les deja desarmados. Y, si da igual la nota, porque no tiene consecuencias, si existe el aprobado general, entonces, ¿para qué hacer exámenes?

El consejero de Educación de Galicia, Román Rodríguez, lo ha resumido muy bien: la medida “desincentiva la actividad docente y el esfuerzo de los estudiantes, con lo que baja el nivel de preparación del alumnado y se crea desigualdad. Se engaña así a los niños, sin una formación básica que va a ir en su contra”.

Además, y entre otras cosas, me inquieta también la fiebre del subsidio que se ha apoderado de esta sociedad, o más bien de los responsables políticos.

A partir del comprensible deseo de proteger y ayudar a los menos afortunados, se están generalizando las ayudas de todo tipo, con lo que se disuade a muchos de intentar arreglar su problema mediante el esfuerzo y la superación, porque prácticamente tiene garantizada sin más la subsistencia. Y aparece una población subsidiada, y por tanto adormecida.

 

Como escribía un analista, “la cultura del subsidio decapita la economía”. Otro dato: los jóvenes españoles son los europeos que más se plantean ser funcionarios. Hablamos de un 32% frente al 17% italiano, el 13% griego, el 11% luso... Significativo.

Como digo, me asombra España. Me sorprende la facilidad con que tragamos todo, sea lo que sea, que se acepta con la imperturbabilidad con que se bebe un vaso de agua, y me duele la sencillez con que renunciamos.

Cuestiones tan serias como el divorcio y el aborto se han impuesto en España sin apenas debate. Y ahora se ha aprobado la eutanasia casi de un día para otro, con urgencia y nocturnidad, sin que se haya arrugado del ceño del país. Impresionante.

Nos cambian las matemáticas y el idioma (el lenguaje inclusivo, por ejemplo, es una patada en el estómago -o más abajo- a nuestra lengua milenaria), se esconden en el olvido y la indiferencia las grandes gestas de nuestra historia (vergonzoso resulta el eco que ha merecido la epopeya de la vuelta al mundo), permitimos que cualquiera nos insulte falsamente (el caso de México y la ofensiva anti española no ha merecido apenas respuesta)… y no pasa nada. O, dicho de otra forma, es como si no pasara nada.

Por no entrar en la conspiración urdida contra la unidad e integridad de este país desde los nacionalismos, singularmente desde Cataluña, aunque no solo, a la que en este momento se resiste con total debilidad. Asistimos a una ofensiva que, después de siglos de existencia juntos, trata de poner en duda que España exista realmente. Y parece que a los españoles hasta les da igual.

Son solo unas pinceladas, síntomas, de lo que considero que es una grave enfermedad social que corroe este país y lo deja vacío por dentro. Como un cadáver mal enterrado.

Y ¿a qué se debe tal pasividad, tanta indiferencia, ese “Me da igual” generalizado, el predominio del “Yo paso”?

¿Es producto del franquismo, de los cuarenta años de sumisión a la voluntad del vencedor de la guerra civil? ¿O hay que mirar, tal vez, más atrás? ¿Procede, quizá, de la crisis del 98, cuando se perdió el imperio que fuimos y del que -por cierto- los actuales españoles no tienen ni noción?

Echo tanto de menos en España la existencia de una sociedad civil articulada, movilizada, sensibilizada, activa, controladora de los excentricidades de los políticos, que critique, que demande, que reaccione y no se encoja de hombros.

Cualquier cosa, menos el pasotismo de estas últimas décadas, que ahora, creo, hasta se ha agudizado. Lo del aprobado general así lo indica.

editor@elconfidencialdigital.com

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