José Apezarena

Cristina, la otra infanta divorciada

La Infanta Cristina e Iñaki Urdangarín, en una imagen de archivo.
La Infanta Cristina e Iñaki Urdangarín, en una imagen de archivo.

Blanca de Borbón, hija de Leandro de Borbón, hijo natural este de Alfonso XIII, a quien se le reconoció el apellido familiar, le ha cogido gusto a dar opiniones sobre asuntos de la Monarquía, la Corona, la Familia Real...

Lo acaba de hacer a propósito de la ruptura (interrupción del matrimonio) de la infanta Cristina con Urdangarín, diciendo que la presunta infidelidad de Urdangarín, no solo era algo sabido por la infanta, sino que además era de esperar: "Esto se veía venir". Se desconoce de dónde ha sacado doña Blanca tal sabiduría.

Incluso ha afirmado que lo de Ainhoa “no va a ser ni la última ni la única”, dando ahora muestra de dotes adivinatorias.

A la vez, ha comentado que esto de las rupturas, separaciones y divorcios es algo de lo más normal. De lo más normal en las familias, en España...

El propio hijo segundo del matrimonio, Pablo Urdangarín Borbón, ha comentado, a propósito de lo mismo, que “son cosas que pasan”.

Me gustaría precisar algo a ambos dos. Si las rupturas son “de lo más normal”, no lo son en el caso específico de una familia muy concreta y particular: la familia real.

¿Que son cosas que pasan? Puede ser. Pero donde no se ‘deberían’ dar es en la susodicha familia real. En la medida de lo posible.

¿Por qué? Porque se trata de un grupo humano singular, cuya principal característica es que, de entre sus miembros, salen las personas llamadas a ocupar el trono de España. Son llamadas precisamente por su condición de integrantes de esa familia.

La propia infanta Cristina ocupa el sexto lugar en la sucesión de la Corona, por detrás de la princesa Leonor, la infanta Sofía, la infanta Elena y sus dos hijos.

 

Así que, lo que a ella le pase, lo que haga con su vida, es algo más que una opción autónoma, porque tiene consecuencias incluso institucionales. Para ella, para otras personas de la familia, y para el país en general. Así son las cosas, y ella lo sabe muy bien. Desde pequeñita.

Si la infanta Cristina hubiera renunciado a sus derechos sucesorios, como le pidió en su día el propio rey Juan Carlos I, todas esas condicionantes habrían dejado de existir. Y lo que ocurriera con su vida tendría nulas repercusiones institucionales.

Decía que la familia real es un ente singular, por los motivos ya aducidos. Pero primero es familia. Entonces, si la familia en general, la familia como ente social, se debilita, la institución de la Corona se debilita. Pero mucho más aún si quien flaquea es la mismísima familia real.

Creo que deberían saberlo todos. Todos los que la integran, y que voluntariamente siguen manteniendo esos derechos.

Cuando, tal como se ha contado en las páginas de ECD, en diciembre de 2011, el ex jefe de la Casa del Rey Fernando Almansa viajó a Denver (Colorado), para trasladar a Cristina, de parte de su padre, que tenía dos opciones razonables: una, separarse de Iñaki; la otra, renunciar a los derechos dinásticos, a las dos respondió que no.

Respecto a lo último, contestó gritando: “Yo nací infanta y moriré infanta”. O sea, que no renunció a los derechos dinásticos. Y eso es lo que da importancia a lo ocurrido con su matrimonio.

He titulado estas líneas hablando de “la infanta divorciada” porque, aunque ahora han utilizado la fórmula de “interrupción del matrimonio”, todo apunta que acabará en separación (de hecho es lo que hay ahora).

Y la separación tiene consecuencias prácticas porque, cuando tal situación se consolide legalmente, empezará contar el plazo de un año mínimo para proceder al divorcio.

Y así es como parece que acabara todo esto. Igual que ocurrió con su hermana Elena. Otra infanta divorciada.

editor@elconfidencialdigital.com

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