José Apezarena

Cuando el PSOE creyó que había asesinado a Montesquieu

Alfonso Guerra.
Alfonso Guerra.

Alfonso Guerra siempre ha negado que hubiera pronunciado la frase “Montesquieu ha muerto”. Pero se le atribuye con insistencia.

Se afirma que lo dijo en 1985, cuando el PSOE aprovechó su aplastante mayoría para reformar la Ley del Poder Judicial, con lo que, aunque no lo expresara el entonces vicepresidente del Gobierno, acababan de hecho con uno de los tres poderes, al anular la independencia del poder judicial. Aquellos fueron los polvos y estos, los de ahora, los lodos.

Si Alfonso Guerra no pronunció el epitafio mortuorio de Montesquieu, la realidad es que el PSOE ganador absoluto de las elecciones de 1982 procedió a una auténtica ocupación del poder. Conviene recordarlo, porque en este país la memoria es muy débil.

Los socialistas se hicieron con todos los resortes, políticos, informativos, judiciales, culturales y hasta benéficos, porque incluyeron las federaciones deportivas, la Cruz Roja… Todo, absolutamente todo.

Por eso, entonces pudieron pensar que tenían por delante cien años de poder. Porque, si incurrían en cualquier atropello, no se sabría, merced a su control de los grandes medios (sobre todo, los públicos, aunque no solo). Y si, por causalidad, algo llegaba a contarse, no habría problema: no serían castigados, porque controlaban el aparato judicial.

La proliferación de escándalos, que alcanzaron a estamentos tan decisivos como el Banco de España, la Guardia Civil, el BOE…, pero más aún la valentía de unos pocos medios (en primera línea, El Mundo y la Cadena COPE), pusieron final a aquel régimen. Pero solo ocurrió después de catorce años de poder cuasi omnímodo. Menos mal. Creyeron que habían asesinado a Montesquieu, pero resultó que no era verdad.

Hoy, Pedro Sánchez pretende ir más allá. No trata de controlarlos, sino que pretende desmontar los otros poderes y que no quede más que uno: el suyo. Tal es el panorama y esa es la gravedad de lo que estamos viviendo.

En esta vorágine, se han lanzado mensajes tan peligrosos como afirmar que nada de lo que acuerden las Cortes puede ser corregido. ¿Nada? Las decisiones de las Cortes son modificables si no se atienen a la legalidad. La legalidad es la Constitución. Y el intérprete es el Tribunal Constitucional. No aceptar la autoridad del Tribunal Constitucional es pegar una patada al tablero.

Tratan de esconder la realidad de que se echaron atrás iniciativas como el Plan Ibarretxe. Y que se paró en seco el Estatut que llegaba desde Cataluña. Y eso se logró con los votos socialistas.

 

Conviene precisar, por cierto, que tan poder legislativo es el Parlament catalán como el Congreso de los Diputados, y al primero se le cambió el Estatut. Y lo hizo el Tribunal Constitucional.

En todos estos años, un cierto número de leyes, algunas de ellas orgánicas, han sido corregidas, y numerosas decisiones del Gobierno paralizadas y anuladas, porque no se ajustaban al marco constitucional ni a la legalidad vigente. ¿Y eso no se va a poder hacer ahora? ¿Porque lo diga Pedro Sánchez?

El poder ejecutivo, y también el legislativo, se hallan sometidos a control (lo contrario es una dictadura), porque, como se ha demostrado, en ocasiones rebasan el marco legal y constitucional que nos hemos dado.

Y ¿cómo se puede hablar de golpismo judicial? Pero menos aún por un Gobierno que se dedica a destrozar el sistema legal a institucional y pretende situarse por encima de todo. Un Ejecutivo que cambia a su voluntad y capricho, por sus pistolas, sin frenos posibles, a toda velocidad y sin debate alguno, el Código Penal y el sistema de elección de jueces.

Recientemente, llamé a Pedro destructor, demoledor. Ahora se le puede calificar hasta de homicida, porque pretende matar de nuevo a Montesquieu.

Hace un año, Arturo Pérez-Reverte habló de Pedro Sánchez, en El Hormiguero, como el hombre que demolería el Estado él solo, y que acabaría con todos los que le rodeaban.

“Es -dijo- un pistolero. Los va a matar a todos. Y a los que no los ha matado los va a matar. Ha matado incluso a los sicarios que mataban en su nombre. Y al rey no lo ha matado porque lo necesita, pero, si no lo necesitara, también lo mataría. Para un novelista, un observador de la vida que tiene mi edad, Sánchez es un personaje interesantísimo, porque tiene todos los atributos del personaje de la Florencia del renacimiento maquiavélico, de Shakespeare. Es malo y es chulo, y es ambicioso, arrogante, cínico… Es muy interesante, pero si mi hija se casara con él yo no estaría muy contento”.

Esas palabras han vuelto a circular por las redes. Pérez Reverte ha comentado ahora que no hacía falta ser adivino para formular aquella predicción. Bastaba con tener un poquito de mundo y con fijarse.

Y termina diciendo: “Aun así, fascina asistir a la demolición de un Estado por parte de un sólo hombre  (los otros solo son sicarios y cómplices). Y lo más interesante: si hubiera hoy elecciones, gobernaría de nuevo”.

Así que está por ver si esta vez Montesquieu sobrevive.

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