José Apezarena

El hipócrita

Pedro Sánchez firma en el libro de condolencias por Alfredo Pérez Rubalcaba.
Pedro Sánchez firma en el libro de condolencias por Alfredo Pérez Rubalcaba.

Erase una vez un dirigente político que, tras alcanzar el poder de forma tortuosa, cuando se sentó en el sillón procedió a una escabechina con todos aquellos que de alguna forma le habían negado su apoyo y respaldaron a otros candidatos.

El partido sufrió una auténtica limpia de personas válidas políticamente, con conocimientos y experiencia de gestión, que incluso habían gobernado durante años.

Decenas de militantes cualificados se vieron aparcados y arrumbados, sin que se les concediera ningún puesto reseñable, e incluso sin que se les reconociera nada de lo realizado hasta entonces.

El dirigente puso en marcha una gestión personalista, basada muchas veces en ocurrencias dirigidas a cultivar su imagen, por encima del partido del que procedía y al que, supuestamente, representaba.

Los castigados se encontraron absolutamente al margen de aquel proyecto, resignados a pasar al olvido de forma definitiva.

Pero ocurrió que falleció uno de los desplazados, quizá el más importante de todos ellos, que había sido arrojado a la sombra como los demás, al que el líder ninguneó con total determinación: nunca le llamaba para nada.

Resultó que la muerte de ese ex dirigente, el más conocido, muy valorado fuera de la propia formación política, provocó una ola de mensajes de aprecio, una movilización social, también de los restantes partidos, elogiando su ejecutoria y personalidad.

Al verlo, con toda frialdad, el líder se puso al frente de la manifestación. Protagonizó gestos llamativos, como regresar a toda prisa de un viaje oficial, y hasta interrumpir los actos electorales, para volcarse en elogios al fallecido y colocarse en primera línea para recibir los pésames.

Mediáticamente, la operación resultó un éxito. Ocupó aperturas en las televisiones y fotos en las portadas. Y ¡en tiempo electoral!

 

Hasta dejó por escrito estas palabras, dirigidas al compañero muerto: "Gracias por tanto. Encarnas como nadie el amor y lealtad a España, el compromiso con la causa socialista. Manuel Azaña escribió que la política es "realizar". A esa tarea has entregado tu vida con inteligencia, dedicación y pasión. Te debemos mucho, todo… siempre".

Era la última traición al político fallecido.

Los represaliados no salían de su asombro por tamaña demostración de oportunismo descarado. El estupor les impedía hablar. A duras penas se les escuchaba algún calificativo. El más leve era este: "¡Hipócrita!".

editor@elconfidencialdigital.com

En Twitter @JoseApezarena

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