José Apezarena

Frente a nacionalismo… coronavirus

Militares de la UME desplegados en la Estación de Atocha (Madrid) por el coronavirus.
Militares de la UME desplegados en la Estación de Atocha (Madrid) por el coronavirus.

La pandemia de coronavirus, tan demoledora que ha vuelto del revés la vida de este país y de todos sus habitantes, causando miles de víctimas, entre enfermos y fallecidos, va a traer, de rebote, algunas consecuencias que, aunque parezca paradójico, hasta pueden resultar positivas.

No hablo ahora de las responsabilidades políticas, que son graves y que habrá que solventar en cuanto todo esto pase, sino a otras novedades, aportaciones, invenciones y descubrimientos que se están derivando.

No pretendo olvidar las tragedias que se están viviendo, ni las demoledoras consecuencias económicas, para las empresas, para los autónomos, para los asalariados, que van a sobrevenir en los próximo meses. Pero no quiero cerrar los ojos a otros aspectos que hasta pueden parecer alentadores.

Me refiero, por citar un caso, a la evidencia de la enorme capacidad de sacrificio que han demostrado colectivos como los médicos y sanitarios, las fuerzas del orden, los voluntarios… No lo vamos a olvidar fácilmente. Y, además, nos han mostrado un camino.

De igual forma, muchas familias han encontrado de nuevo la quizá perdida sensación de formar parte de un grupo valioso, querido y defendido. Se están produciendo fenómenos de unidad, encuentro, sacrificio y donación, a la vez que muchos van aprendiendo a pasarlo bien sin apenas tener nada a mano en su casa.

A lo que hay que añadir el fenómeno de los balcones, creando colectividad, sentimiento de unidad, ciudadanía, a la vez que proporcionando compañía unos a otros, aunque sea desde lejos.

Por no hablar del estirón, creo que definitivo, que está dando el teletrabajo, que ha venido para quedarse y que tanto ayudara en el futuro a la conciliación personal y familiar.

Dentro de esas derivas positivas quiero apuntar una: la desaparición, de facto, de las fronteras artificiales que trataban de construir los nacionalismos y los independentismos. Aquí las supuestas barreras han caído.

La pandemia del coronavirus ha evidenciado que hasta en la enfermedad somos una nación única. Y, miremos en la dirección que miremos, al norte, al sur, al este, al oeste, resulta que somos bastante parecidos, por no decir iguales: nos pasan las mismas cosas, de iguales formas.

 

El virus no entiende de fronteras, pero menos aún de las inventadas y artificiales. Mejor lo acaba de decir el jefe de la Unidad Militar de Emergencia, teniente general Luis Martínez Meijida, quien, hablando del trabajo que ellos viene realizando estos días, ha declarado: “Nosotros no entendemos ni de territorios ni de comunidades, entendemos de localidades y de gente”.

La UME se ha desplegado también en Cataluña por supuesto y, según el testimonio de su mando máximo, les han recibido “de maravilla”.

“Cataluña –ha añadido- es parte de nuestra España y entramos bien. Pero además es que la gente nos recibe bien, no están con unas caceroladas. Luego hay otras personas, de un lado y otro, que tratan de explicar otra realidad que no es”.

“Si hemos ido a Bosnia, Kosovo, Líbano, Afganistán o Irak a resolver problemas a 6.000 kilómetros, de gente que no conocíamos de nada, y lo hemos hecho con todo el cariño del mundo, mayor motivo atender a nuestra gente”, ha concluido.

Volviendo a la expansión del coronavirus como igualador de identidades y desmontador de artificiosas diferencias entre españoles, viene a mi memoria el célebre monólogo de “El mercader de Venecia”, de Shakespeare, pronunciado por el judío Shylock, y que podría aplicarse a quienes intentan buscar diferencias inexistentes.

Para aplicar a cualquier español, sea, vasco, catalán, gallego, navarro, andaluz… “¿No tiene ojos, no tiene manos, órganos, dimensiones, sentidos, afectos, pasiones? ¿No se alimenta de lo mismo? ¿No lo hieren iguales armas? ¿Acaso no sufre de iguales males? ¿No se cura con iguales medios? ¿No tiene calor y frío en verano e invierno como los cristianos? Si nos pinchan ¿no sangramos? Si nos hacen cosquillas ¿no reímos? Si nos envenenan ¿no morimos?”. 

Pues eso.

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