José Apezarena

Una gran oportunidad

Finalizada la XXIII Cumbre Iberoamericana, algunos balances se centran en subrayar los datos negativos, sin que falte quien concluya que la comunidad que integran esos países sale malherida de la reunión de Panamá.

Se destaca, por ejemplo, la ausencia de más de la mitad de los 22 presidentes, o que ni siquiera se ha logrado pactar un sustituto para Enrique Iglesias, el secretario general. Y que casi lo único acordado ha sido que las cumbres se celebren cada dos años a partir de 2014.

A pesar de las miradas pesimistas, y recurriendo a lo de la botella medio llena, me parece que no es pequeña cuestión que, a pesar de los pesares, en Panamá se hayan concentrado doce jefes de Estado y de Gobierno, uno de ellos Mariano Rajoy. No es asunto menor.

En cualquier caso, pienso que España cometería un grave error, histórico, si desde aquí se diera un paso atrás en esa iniciativa, que ha costado tanto levantar y que ya cuenta con trayectoria y tradición como para que pueda durar decenios. Y en la que la corona goza de un protagonismo muy especial.

Verdad es que se trata de un idea ‘española’ y sostenida económicamente sobre todo por España, pero el objetivo de mantener un contacto en la cumbre con las naciones hermanas merece ese esfuerzo, sin duda.

Iberoamérica sigue siendo una gran oportunidad para España, de presente y de futuro. A pesar de las sombras que puedan existir, que las hay, la realidad es que allí nos movemos con soltura, somos recibidos, escuchados, y perder ese sitio de privilegio constituiría una enorme necedad. Buena parte de nuestra principales empresas trabajan en esos países.

Como acaba de comentar un líder de aquel continente, los países hispánicos son “más europeos que norteamericanos”. Y eso constituye una gran ventaja para España, principal lazo e interlocutor de aquellas naciones para su diálogo con Europa.

Se requiere con Iberoamérica, en fin, una línea de política exterior inteligente y con visión de futuro, que no solo mantenga sino que potencie e intensifique la presencia al otro lado del Atlántico, allá donde el español es la lengua común, y la historia compartida permite hablar desde el corazón, además de desde la cabeza. Retroceder, desmontar, sería una locura incomprensible. En todos los sentidos.

 
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