José Apezarena

La izquierda se ha vuelto triste

ROBER SOLSONA...20211015....VALENCIA......ANNE HIDALGO EN EL 40 CONGRESO DEL PSOE, ELEGIDA COMO CANDIDATA SOCIALISTA A LAS ELECCIONES PRESIDENCIALES.
Anne Hidalgo, en el 40 Congreso del PSOE

La izquierda ha abandonado la batalla cultural en favor de la derecha con el argumento de que el placer se habría vuelto burgués. Y eso la ha convertido en un movimiento triste.

Es el argumento de fondo de un artículo de Michel Guerrin, redactor jefe de Le Monde, a propósito de la publicación en Francia de varios libros preocupados de que la izquierda se haya entristecido, especialmente en el campo cultural.

Comenta que, en pocos años, la izquierda habría pasado del campo de los alegres al de los tristes, de los disfrutadores a los puritanos. Habría abandonado en favor de la derecha la batalla cultura, sobre la base de que el placer se habría vuelto burgués. Y muchos libros -dice- abordan en Francia esta cuestión y hasta hablan de un colapso anunciado.

La izquierda mantiene dos batallas que le dan una imagen castradora, y por tanto invendible.

Primeramente, la ecológica, pidiendo a todos que reduzcan el consumo, que combatan los plásticos, que coman cinco legumbres y frutas al día, que beban con moderación, que reduzcan la carne, que cambien el coche por la bicicleta, que prohíban el avión...

La segunda es la de la identidad: hay que ser benevolente con las minorías, multiplicar las precauciones con los gestos y las palabras, adoptar una escritura inclusiva...

Ambos temas mezclados dibujan un campo lleno de prohibiciones dirigidas a dibujar una pureza salvadora. Ese mensaje puede ser digerido por las clases medias y altas, pero no por las clases bajas y los pobres. Reducir sus privilegios, renunciar a lo poco que se tiene...

Esos discursos voluntaristas se estrellan ante la realidad vivida por el pueblo. Un dato: la facturación de los productos ecológicos, demasiado caros, cayó un 3% en Francia en 2021.

El comunista Fabien Roussel, un disfrutador sin complejos, que no lograr subir en las encuestas, causó sensación, hasta el punto de ser más elogiado por la derecha que por la izquierda, cuando blandió audazmente la laicidad, apoyó sin matices la libertad de expresión de Charlie Hebdo y dijo que "un buen vino, una buena carne, un buen queso, es la gastronomía francesa".

 

El cineasta y diputado de La France insoumise François Ruffin afirmaba en Libération: “Cuando me encuentro en medio de la gente de izquierdas, a menudo me enmierdo. Ya no saben hablar a la gente”.

En efecto, ¿cómo encantar, cuando lo que se promete es un futuro de sufrimiento? El filósofo de izquierdas Michaël Fœssel responde en un ensayo que no es fácil. Su campo se ha vuelto triste, incluso cursi. La izquierda ha abandonado su ventaja sensual, el terreno de la emoción del momento, y se lo ha dejado a la derecha.

Fœssel multiplica los ejemplos de una izquierda aislada de la gente. Una izquierda que denuncia a los que comen foie gras y no entiende que las rotondas ocupadas por los "chalecos amarillos" eran espacios de "feliz sociabilidad".

Critica que la izquierda radical equipare el placer y la diversión al consumismo. Siendo él mismo pro verde, propone un camino intermedio frente a "una ética ascética de la pureza" y a la "religión de lo saludable": los pequeños placeres. Sí a la defensa del medio ambiente, pero no al catastrofismo. A la sobriedad, pero no a la austeridad. Vegetariano, pero no vegano. A terminar con la granjas intensiva, pero no a la erradicación de la carne. A la lucha contra la discriminación, pero no a sus excesos: no asignemos a cada persona a su género o su raza.

Fœssel se esfuerza para no verse etiquetado como reaccionario. Hasta el punto, y es una pena -escribe el periodista de Le Monde-, de volverse caricaturesco cuando reduce el bando opuesto a hombres blancos, fachas, sexistas, misóginos, nostálgicos del chiste verde y del coqueteo atrevido.

David Haziza, profesor de literatura en Columbia, ha publicado un ensayo contra los nuevos puritanos. Critica a la derecha, que reduciría el cuerpo a su utilidad y tecnicismo, y a la izquierda por su rol social e identitario, dos campos que matan deseos y transgresiones en nombre de la moral.

Y resulta que estas preocupaciones se unen a las del mundo cultural, reacio al higienismo, y que se preocupa porque ve surgir en la izquierda una incitación a no ofender a nadie, a no reírse de todo, a pulir la creación de sus excesos.

Otro libro, “La dictadura de los virtuosos. Por qué lo moralmente correcto se ha convertido en la nueva religión del mundo”, de Soazig Quéméner y François Aubel, periodistas de Marianne y Le Figaro, descifra, a través de un centenar de ejemplos de censura o polémica, un nuevo sistema de valores en funcionamiento: cine, literatura, traducción, ópera, lenguaje, música clásica, caricatura, teatro, pintura, humor, universidad...

Aunque la purificación de la creación es minoritaria, el asunto es serio, concluye Michel Guerrin. Cada uno formará su opinión, por ejemplo cuando los Rolling Stones ya no canten ‘Brown Sugar’, considerado sexista y racista. O cuando un editor rechaza un ensayo benévolo, sobre los "chalecos amarillos" con el argumento de que el lenguaje rústico de los protagonistas los devalúa.

La conclusión del artículo es que la izquierda se ha vuelto triste. A lo mejor habría que decir que se ha vuelto aburrida.

Que se lo digan, por poner un ejemplo, a Anne Hidalgo, candidata socialista a las presidenciales francesas, que ha cosechado un batacazo histórico, con un 1’8% de los votos. No se sabe si premonitorio para España.

Ya en otra ocasión planteé qué es hoy el socialismo.

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