José Apezarena

Juan Pablo

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Juan Pablo Colmenarejo, en su etapa en COPE (Foto: El País).

La radio y la universidad, sus dos ámbitos principales, han sido escenario del episodio que finalmente ha conducido al fallecimiento, tan temprano e inesperado, de Juan Pablo Colmenarejo, colega, amigo. Le ha pillado trabajando y en una universidad, metido en cosas de radio y de enseñanza.

Como escribió Miguel Hernández, “temprano madrugó la madrugada”, porque se ha ido demasiado joven y con demasiadas cosas que hacer todavía. Le quedaba un amplio recorrido entre los grandes de la radio. Y le recuerdo desde el dolor aún sin cerrar.

Conocí a Juan Pablo cuando me estrené en la COPE, tras mi salida de Antena 3 de Radio debido al famoso ‘antenicidio’. Antonio Herrero, que entonces presentaba las mañanas, me encargó hacer el resumen de prensa en su programa y, la primera vez que llegué a la redacción allí me encontré con Juan Pablo, que se ocupaba de los informativos del fin de semana. Eran horas tempranas. Compartimos mañanas mesa con mesa, le vi trabajar, le escuchaba después...

Cuando pasé a director de Informativos, le adjudiqué la presentación del Mediodía, y le incorporé al reducido equipo de dirección que formábamos él, yo y la inolvidable Blanca María Pol. Esos felices años en la COPE crearon lazos imborrables con todos los que integraban la redacción, que hoy se mantienen en gran medida.

Desde aquel encuentro hasta ayer, he seguido con atención la estupenda trayectoria profesional de Juan Pablo, al que siempre escuchaba con enorme interés.

Juan Pablo era un hombre libre, honrado, fiel a sus principios, por los que en más de una ocasión tuvo que pagar precio pero sin importarle hacerlo.

Destacaba profesionalmente porque tenía lo que yo suelo llamar “instinto de radio”. Ese sexto sentido, casi natural, de darse cuenta si algo funciona o no, si el ritmo del programa es adecuado, si las sintonías cuadran y cuánto tiempo hay que mantenerlas, qué temas aguantan y cuáles no…

Le gustaba hacer las cosas bien, perfeccionista sin manías, y por eso las preparaba con atención, sin descuidos, estuviera donde estuviera. Su meta era informar, contar las cosas, pero también explicar, ilustrar, hacer pedagogía: buscaba que le entendieran. Y escuchar todas las voces. Por eso ha dejado ese recuerdo de buen hacer periodístico, radiofónico.

Tenía facilidad para formar equipo y se le daba bien explicar y enseñar, corregir en su caso, para que todos crecieran a su lado.

 

Fiel a los suyos, Juan Pablo era muy buena gente. Era una magnífica persona. Entiendo que eso siempre suele decirse de todos, pero es que esta vez es verdad.

A ese respecto, y aunque parezca que me salgo del tema, recuerdo una anécdota que contó Fernando Álvarez de Miranda. Cuando era presidente del Congreso, acudió a La Zarzuela a informar al rey sobre los trabajos de la Cámara. El príncipe Felipe, entonces con 11 años, entró en el despacho, sin avisar como era su costumbre. Su padre le dijo: "Mira, este señor, que es el presidente del Congreso, es una de las personas que de verdad son leales a la monarquía y amigas de la primera hora". El chaval replicó, con total ingenuidad: "Siempre dices lo mismo de todas las visitas". Hubo una carcajada, y el comentario final de don Juan Carlos: "Pero en este caso es de verdad".

Lo dicho. En este caso es verdad. Y estoy convencido de que Juan Pablo se habrá reído al leer esta anécdota. Hasta siempre, amigo.

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