José Apezarena

Ese libro que nos puede salvar a todos

Libros.
Libros.

“La cosa más importante que me ha pasado en la vida ha sido aprender a leer”. Fueron las primeras palabras de Mario Vargas Llosa al recoger el Premio Nobel de Literatura.

Ayer, domingo, se clausuró la Feria del Libro de Fráncfort, la más antigua e importante del sector, en la que España ha sido país invitado.

Allí a Fráncfort, se ha desplazado una expedición integrada por unos 200 escritores españoles y 400 editoriales, de las más de 700 que existen en nuestro país. Somos la cuarta industria editorial del mundo por detrás de Estados Unidos, Reino Unido y Francia, y cada hora se venden aquí 19.874 libros en papel, aunque el 35,6% de los españoles “no lee nunca o casi nunca”.

Un fraternal amigo, escritor y poeta, lector empedernido, ha resumido en miles de fichas los títulos que ha leído. Y, además de todo eso, es un sufridor nato. Y se deprime cada vez que escucha que un elevado porcentaje de ciudadanos no lee nada, lo mismo que si le comentan que las librerías siguen desapareciendo.

Se escandaliza, por ejemplo, cuando ve cómo proliferan por todas partes los gimnasios, mientras echa de menos que una parte del tiempo los usuarios lo inviertan en los libros. Para poner también en forma la mente y el espíritu. Es su punto de vista.

Hablando de librerías, por cierto, me contaba otro viejo amigo que, en su último viaje a Miami, solamente había logrado encontrar abierta una librería. Y que, según sus datos, era la última que quedaba.

Me viene a la memoria que, cuando estudiaba Periodismo en la Universidad de Navarra, nos insistían en que leyéramos, pero, además -decían-, “libro gordos”, de esos que construyen cabeza.

Coincido con mi amigo escritor y poeta en que un país que no lee es un país mentalmente pobre e indefenso. Y, desde luego, más fácilmente manipulable.

Tengo localizado un artículo titulado “Gracias sean dadas al libro”, del que no me resisto a recoger buena parte de sus reflexiones, que por eso mismo hago mías en gran medida. Las resumo a continuación.

 

De muchas incomunicaciones profundas ¿quién te ha librado? El libro, y su lectura libre, es decir, los libros, el juego de ideas que es como el río que no cesa en forma impresa. De él emergen todas las voces, todas las palabras, todos los mensajes.

Tan excelente el libro, que no puede comprenderse cómo cabe preferir los medios de masa a una buena masa de libros. Cuando un libro se quema, algo suyo se quema, señor conde, algo de su ecología humana queda dañado en lo profundo.

Así pues, el libro debería ser, y a pesar de todo es, el mejor comunicador, porque no sustituye en modo alguno al ser humano, sino que, como lectores, nos permite un dialoquio tranquilo y un soliloquio profundo y bien temperado con las páginas del autor, dando a través de ellas entrada a eventuales diálogos con los ángeles y con los demonios, con las flores y con las cloacas, con todo lo pensable, posible e imaginable.

El libro siempre te espera, siempre está ahí, del salón en el ángulo oscuro, para que retomes su lectura o reinterpretes su discurso. No cabe pensar dialogante más franciscano, más modesto, más silente ni más agradecido. Él dice siempre lo mismo, pero te brinda la posibilidad de que tú lo leas de distinto modo, de que digas, desdigas, contradigas y hasta que calles. Si quieres, puedes estar toda una vida dialogando con él sin pasar página. Él no tiene prisa ni desperdicio, es todo para ti. Puedes plagiarle incluso, que él no va a delatarte, porque te sabe y te siente suyo sin posesividad.

El libro te recuerda también ese tu pasado más o menos remoto en que lo leíste con otros ojos menos castigados por las dioptrías, dando de esta forma continuidad a tu propia vida, a esas horas mágicas de tu infancia, así recuperada, en las que trepabas por sus ramas con el vigor inusitado del ayer siempre mejor. Porque tú-eres-tú-y-tus-lecturas.

No existe locuacidad mayor que la mudez de nuestras bibliotecas, ni más caudalosos ríos de palabras en silencio que nos llevan hacia el País de Metáfora, ese lugar donde siempre es más lejos y donde nunca es eclipse.

¿Cabe regalo mayor? Sólo el que escribe, sólo el que lee, sólo el que lee y escribe lo sabe. El libro, en los días tan honrado, y en las canas tan anciano, y en las noches tan generoso y en las postrimerías tan experimentado.

Y si, además de lector apasionado tienes la suerte de ser escritor apasionado, entonces el libro adquiere ya caracteres góticos, y puedes escribir cosas como ésta, de primeros del siglo XVI pero comprobable por cualquiera en cada instante de su dedicación: “En traducir las sentencias, en ordenar las palabras, en examinar los romances, en castigar y tantear las sílabas, cuántos sudores se hayan sufrido en el enojoso verano, cuántos fríos en el enojoso invierno; cuánta abstinencia habiendo de comer, cuánto trasnochar habiendo de dormir, cuánto cuidado estando descuidado, júzguelo el que lo experimentare si a mí no me creyere” (Fray Antonio de Guevara, “Relox de Príncipes”).

Para una buena ecología, compañero, ponga un libro en su mesita de noche, y apague a ser posible el ruidoso televisor lo antes posible. No hay ecología sin librería, ni cuerpo sano que no lo fuera en mente leída. Ponga un libro en su vida.

Hasta aquí la reseña del artículo citado. Que me ha conducido a preguntarme cuántos homenajes se dan al libro. No son muchos. Un día al año, tal vez. Lo mismo que no son muchos los monumentos dedicados. Los que existen, suelen ser en general bastantes modestos, como ocurre con el que puede verse en Madrid, en el Paseo de Recoletos. junto a la Biblioteca Nacional.

Al terminar, me entraron ganas de titular esta columna “¡Ponga un libro en su vida!”. Pero no me he atrevido.

editor@elconfidencialdigital.com

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