José Apezarena

Pablo Casado, cuasi desaparecido

Pablo Casado y Alberto Núñez Feijóo.
Pablo Casado y Alberto Núñez Feijóo.

¿Qué le pasa a Pablo Casado que no acaba de hacerse presente en la vida política del país? No pisa demasiado firme. Hasta casi le come terreno un Ciudadanos agónico.

Siendo todavía un dirigente recién llegado a la primera línea, y por tanto necesitado de cualquier plataforma para asentarse del todo, extraña la escasa huella que viene logrando estos últimos tiempos en los medios y en la opinión.

Tratándose del presidente de un partido que necesita, como el comer, recuperar unas cuantas decenas de diputados perdidos en las últimas elecciones, debería tener alguna prisa más y tratar de aprovechar cualquier hueco para comparecer y hacerse escuchar. Y apenas lo está consiguiendo. O porque no lo intenta suficientemente, o porque sus iniciativas no merecen demasiada atención.

Ese apagamiento podría esconder quizá una estrategia específica, diseñada para este preciso momento, en el que mandan otras circunstancias.

¿Ocurre que, como no sabe en qué quedará la investidura finalmente, prefiere no mover ficha ahora, o no hacerlo con demasiada intensidad?

Porque es cierto que todavía cabe la posibilidad de que la jugada de Pedro Sánchez, de formar Gobierno con Podemos, previo permiso de Esquerra mediante la abstención,  al final no salga adelante. Parece que lo tiene todo bien atado, pero no existe garantía absoluta.

Y, en esa hipótesis, a Casado, tal vez le toque permitir la continuidad de Pedro Sánchez en La Moncloa, por la vía de una abstención en la votación del Congreso.

Tal perspectiva, aunque parece bastante remota, no es del todo imposible, y con ese horizonte no resulta fácil optar por una política de enfrentamiento total.

Eso podría explicar la pachorra que muestra el líder del principal partido de la oposición.

 

Por cierto, que el argumento que ha esgrimido ante el rey, de que no puede apoyar a Sánchez porque entonces la única oposición que quedaría serían Vox o Podemos, no lo manejaron los populares cuando aceptaron que el PSOE permitiera la investidura de Rajoy. No dijeron nada. Y, por cierto, el resultado no ha sido la desaparición de los socialistas como alternativa.

Volviendo al presente, quizá Casado pueda pensar que, con esas incertidumbres, no son tiempos para salir demasiado a la palestra, ni para formular propuestas y proyectos definitivos con los que ganarse al electorado.

La realidad es que el PP no acaba de ir en serio a por Pedro Sánchez. No con toda la artillería.

Al mismo tiempo, los apoyos de Vox en Madrid y en Andalucía, donde el PP gobierna gracias a esa alianza expresa o tácita, le cierran a la boca a la hora de plantearse confrontar en serio con los de Santiago Abascal para arrebatarles el espacio que le han quitado.

Por si fuera poco, el Parlamento ha estado cerrado largo tiempo y ahora acaba de abrir puertas para sin normalizar la actividad en la Cámara, con lo cual le falta ese altavoz para potenciar la presencia pública.

Dicho lo cual, Pablo Casado no debería tomarse las cosas con demasiada calma, porque las previsiones apuntan que esta va a ser una legislatura corta, muy corta, de uno o dos años, y por tanto enseguida habrá de nuevo elecciones. Y en esas ya no puede fallar.

Cuando haya que ir de nuevo a las urnas, el crédito político se le habrá agotado, y si entonces no logra un resultado presentable, desde dentro del partido se pedirá el cambio.

Casado no tiene tanto tiempo, como para dejarlo pasar en vano, por voluntad propia o por incapacidad.

editor@elconfidencialdigital.com

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