José Apezarena

Los perros con las cuerdas vocales cortadas

Salvador Illa
Salvador Illa

Aún recuerdo la visita que realicé, hace años, a un laboratorio de una conocida universidad, donde me mostraron una serie de jaulas con perros que estaban siendo utilizados para distintos tratamientos y experimentos biológicos y clínicos.

Lo que me asombró sobremanera fue ver a ese conjunto de canes repitiendo una vez tras otra el gesto de ladrar, pero sin que se oyera absolutamente nada.

Me explicaron que en ese laboratorio, cuando llegaba un animal nuevo, le cortaban las cuerdas vocales, de forma que quedaran totalmente mudos. De ese modo, el personal se ahorraba tener que pasar sus jornadas de trabajo ensordecidos por ladridos sin fin.

Me ha venido a la mente aquella escena cuando reflexionaba sobre el ominoso silencio que reina en este país, entre los ciudadanos en su conjunto, respecto al decreto de estado de alerta aprobado por el Gobierno.

Su contenido lo han recibido callados, en silencio, sin discusión, sin queja ni protesta, a pesar de la magnitud de las atribuciones que se han auto adjudicado Pedro Sánchez y su equipo.

¿Tanto es el miedo que nos ha metido en el cuerpo el dichoso virus, que lo aguantamos todo sin rechistar?

Me preocupan algunos aspectos del real decreto, por lo riesgos ante una utilización excesiva y sin que existan frenos.

¿Qué puntos del estado de alarma me inquietan por su extensión y amplitud?

Por ejemplo, este: que los miembros de la Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, los Cuerpos de Policía de las comunidades autónomas y de las corporaciones locales han quedado bajo las órdenes directas del ministro del Interior.

 

Y este otro: que las autoridades pueden requerir la actuación de las Fuerzas Armadas.

Y también que se autorizan requisas de todo tipo de bienes necesarios para el cumplimiento de los fines previstos en el real decreto, en particular para la prestación de los servicios de seguridad o de los operadores críticos y esenciales.

El ministro de Sanidad, Salvador Illa, puede intervenir y ocupar industrias, fábricas, talleres, explotaciones o locales de cualquier naturaleza, incluidos los centros, servicios y establecimientos sanitarios de titularidad privada, así como los que desarrollen su actividad en el sector farmacéutico. Y practicar requisas de todo tipo de bienes e imponer prestaciones personales obligatorias.

Y este capítulo no está nada mal: los medios de comunicación, también los privados, quedan obligados a la inserción de mensajes, anuncios y comunicaciones que las autoridades competentes, así como las administraciones autonómicas y locales, consideren necesario emitir.

Los medios públicos y privados. Y yo pregunto: ¿incluidos los aló presidente de Pedro Sánchez que tanto prodigó en los meses pasados?

Insisto en que mi preocupación es que hemos asumido todas esas limitaciones como quien se toma un vaso de agua. Ni hemos hablado de ello entre nosotros, o con los vecinos, en el trabajo… Nada. Se acata y ya está.

Y eso a pesar de que el Gobierno ha acumulado esos poderes excepcionales ¡por seis meses!

¿A quién dará cuenta de la utilización de tales atribuciones, quién vigilará que el real decreto se aplica proporcionadamente? Nadie.

Nadie, porque el presidente se ha asegurado que no sufrirá el control del Parlamento, al que únicamente “rendirá cuentas” cada dos meses.

No se explica en que consistirá ese rendimiento de cuentas, ni si habrá votación sobre la actuación gubernamental. Ni, por supuesto, si se le puede obligar a dar marcha atrás en algunas de las decisiones que tome porque estén equivocadas o sean excesivas.

Todo es ha sido aprobado y se ha puesto en marcha en este país, en medio, como digo, del silencio de los ciudadanos.

¿Ya nos da igual todo? ¿Lo aguantamos todo?

Ahora que estamos en noviembre, el mes de los difuntos, y recordando los no ladridos de aquellos perros de laboratorio, venía igualmente a mi consideración el silencio de los cementerios.

editor@elconfidencialdigital.com

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