José Apezarena

El policía que se creyó John Wayne y que (parece) ha visto muchas películas

Un grupo de policías nacionales.
Un grupo de policías nacionales.

Hace unos pocos meses, Javier Fumero publicó un blog titulado “El día que aquellos policías se pasaron de listos”. Relataba una agresión policial sufrida por un conocido suyo en Tenerife.

Su amigo circulaba por la autopista que lleva a la capital, Santa Cruz de Tenerife, y estaba realizando un adelantamiento a varios coches que iban por el carril de la derecha a menor velocidad. Un automóvil se acercó por detrás y comenzó a darle las luces largas. “Alguien que tiene muchísima prisa –pensó-. Ahora termino de adelantar y le dejo pasar”.

La operación no resultó tan sencilla: aquel coche le acosaba, seguía dándole las luces y se pegaba cada vez más. Su amigo se puso nervioso, y en ese momento, hizo algo que no debía. Sacó el dedo anular y lo esgrimió en posición vertical.

Entonces, el coche de atrás colocó una sirena en el techo del vehículo. Le hicieron señas para que se detuviera en el arcén. El conductor se dio cuenta de que se había pasado y se dispuso a dar explicaciones y a pedir disculpas. Pero no pudo.

Nada más aparcar y poner el pie en el suelo, al girarse para hablar con los agentes de paisano, recibió un durísimo puñetazo en el rostro que lo lanzó hacia atrás hasta chocar contra el suelo con violencia. No pudo levantarse. Le llovieron las patadas y los golpes, hasta que, minutos después, escuchó cómo los agresores se marchaban. Logró, con dificultad, llegar hasta su coche y regresar a casa.

La historia que voy a contar ahora ha ocurrido este fin de semana, en Madrid.

Un amigo mío, que ya no cumple los cuarenta años, profesor, que sufre una evidente minusvalía física, circulaba por una carretera de entrada a la capital, de sentido único, cuando realizó unas maniobras irregulares, un par de zigzagueos momentáneos, que sin embargo no significaron ningún problema para nadie.

Se encontraba cerca de su casa, a donde llegó poco después, y en ese momento vio cómo otro coche aparcaba detrás. Lo conducía una persona de paisano, de en torno a los treinta años, y a su lado iba una mujer, presumiblemente su pareja.

El individuo descendió del coche, obligó a mi amigo bajarse del suyo mostrando en alto una placa policial, y le ordenó colocarse contra la pared, con las manos en el muro. Le exigió la documentación y le quitó el teléfono móvil.

 

En esa posición contra la pared, le preguntó si iba borracho, y si había consumido drogas, y recibió respuestas negativas, junto con la explicación de que era profesor y que sufría una minusvalía, como digo, evidente.

El policía lo mantuvo contra el muro. Empezó a registrar el coche, encontró una caja, le preguntó qué era, y cuando escuchó que era la medicina para su enfermedad, replicó: ¿No es droga? No, le contestaron.

Buscó también en el maletero, pero no aparecía nada sospechoso. El tiempo iba pasando. Mi amigo llevaba quince minutos con las manos contra la pared. La mujer seguía dentro del coche, viendo actuar a su pareja.

Finalmente, el agente de paisano optó por llamar a una patrulla, para que se hiciera cargo del detenido (al menos, retenido) y supuesto sospechoso. Cuando llegaron los compañeros, se marchó.

Los agentes de servicio preguntaron a mi amigo qué había sucedido, y cuando conocieron que era un profesor, que sufría una minusvalía, y que lo ocurrido fue que había protagonizado al volante un par de maniobras irregulares, pero sin peligro para nadie, le dejaron marchar a su casa sin más.

En el caso de Tenerife, el agredido consultó días después a un abogado, que le hizo desistir de la idea de presentar una denuncia. Prácticamente, no les había visto el rostro, no había testigos, y además, le dijo, los jueces suelen proteger a los policías.

Esa historia termina bien, porque Javier Fumero recibió una llamada telefónica del responsable de prensa de la Policía Nacional en Tenerife para saber más detalles sobre el suceso y tomar cartas en el asunto. Le parecía algo intolerable. Había que intentar identificar a los responsables, probar los hechos y actuar contra ellos.

Después le llamó el comisario provincial de Tenerife, para confirmar lo que le había transmitido el portavoz de la policía, porque esa mañana había dado instrucciones para judicializar el caso. Estaba dispuesto a acudir al juzgado de guardia e incoar diligencias previas.

No estamos aquí para permitir atropellos de este tipo, vino a decir el comisario. Tengo que salvaguardar la imagen de mis policías. No se merecen que nadie dude de su reputación.

Lo ocurrido a mi amigo este fin de semana, tal como lo he relatado, me parece un evidente caso de abuso de autoridad por parte de un policía.

A mi amigo no se le ocurrió pedirle el número de placa (creo que en realidad no se atrevió, vistas las circunstancias), ni tampoco tomó nota de la matrícula de su coche, con lo cual no hay forma de identificar a un funcionario que, por lo visto, se creyó John Wayne y que parece que ha visto muchas películas americanas.

Eso sí, el personaje actuó siempre a la vista de su pareja, imagino que impresionada por tan espectaculares escenas.

editor@elconfidencialdigital.com

Más en Twitter

Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato