José Apezarena

Los presos políticos de Podemos

Asistí ayer, en el Congreso de los Diputados, al Pleno de control al Gobierno. Fui, por tanto, testigo, de la nueva patochada protagonizada por los señores de Podemos.

Las fotografías e imágenes de las televisiones lo mostraron bien: Pablo Iglesias y demás compañeros, puestos en pie en los escaños, mostrando carteles de “Libertad”.

Libertad para los que llaman “presos políticos”, refiriéndose a los Jordis catalanes, el dúo independentista enviado a prisión por la juez Lamela acusados de sedición.

Son muchos, por cierto, los que han puesto de relieve el diferente análisis que hacen los propios parlamentarios catalanes, los de la antigua Convergencia por ejemplo, calificando poco menos que de criminales a quienes rodearon y cercaron hace unos pocos años el Parlamento de Cataluña, para los que pidieron años de prisión, mientras que ahora llaman “patriotas” a los que han practicado lo mismo, bloqueando en la consejería de Economía a los agentes judiciales, acosando a los guardias civiles y destrozando cuatro coches patrulla.

Pero menos se entiende aún que sea el personal de Podemos el que les llame “presos políticos”.

No lo son. Simplemente, se trata de alborotadores, agitadores, a los que el poder judicial, en cumplimiento de la legalidad, ha imputado por unos sucesos en principio delictivos. Nada de política, simplemente aplicación de la ley.

Pocas cosas existen más democráticas que el respeto y cumplimiento de la legalidad. Y pocas mas antidemocráticas que su conculcación, exigiendo impunidad tras el escudo de que había un objetivo o una intencionalidad política. La política es otra cosa.

Digo que resulta especialmente paradójica la actuación de Podemos porque, hablando de ello, donde en realidad sí existen presos políticos es en la tan alabada y elogiada, incluso puesta como ejemplo de convivencia y libertad, ¡que ya es atrevimiento!, Venezuela de su buen amigo Nicolás Maduro. Más despropósito no puede caber.

Es sabido que algunas televisiones, sobre todo europeas, cuando, durante un partido de fútbol, salta al campo un espontáneo en canicas, no ofrecen a los espectadores esas escenas: ni de la aparición del susodicho, ni de las carreras hasta que es blocado y neutralizado por el servicio de seguridad, muchas veces armados con una manta que tape las desnudeces.

 

Además de ahorrar al público la contemplación de semejante charlotada, desaniman a los protagonistas de la exhibición porque, al no difundirse imágenes de su hazaña, comprueban el escaso, nulo, eco que consiguen; porque es eso es lo que buscan, protagonismo mediático. Y, por supuesto, se evitan también posibles imitadores, aquellos que, al no presenciar el numerito, no se animan a intentarlo también ellos.

Tal vez los medios podían ponerse de acuerdo en aplicar la medicina del silencio y la ignorancia a los continuos números de Podemos y sus mariachis aprovechando un escenario tan digno de respeto como es el Congreso de los Diputados.

Mientras sigan cosechando fotografías e imágenes en las televisiones, continuarán aprovechándose de esos altavoces para intentar ganar el interés y la expectación que no logran con su acción de gobierno, mejor dicho, de oposición, en el propio Parlamento, donde no pegan un palo al agua.

Creen que con tales desplantes van a remediar el declive que vienen sufriendo, tanto su líder, como el propio partido, en la valoración de la ciudadanía, como se comprueba con la continuada caída de su intención de voto.

Me da la impresión de que, entre otras, una de las causas de ese retroceso es precisamente el menosprecio que muestran hacia una institución como el Congreso de los Diputados.

Tengo para mí que esas faltas de respeto no son bien apreciadas ni siquiera por aquellos que serían lo votantes naturales de Podemos. Porque se sienten zarandeados ellos mismos cuando se menosprecia y vapulea a la representación de la soberanía nacional.

editor@elconfidencialdigital.com

En Twitter @JoseApezarena

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